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12 agosto 2022

Reinas incestuosas sobre Bodrum

Esta semana tuve que pasar por Bodrum porque es el puerto al que llegan los barcos que vienen a Turquía desde las islas del Dodecaneso griego, donde suelo veranear. Así que me reservé una mañana para visitar el lugar dónde estuvo la última de las siete maravillas de la humanidad que me quedaba por visitar (en realidad sólo son visitarles seis de los antiguos emplazamientos, porque los jardines colgante de Babilonia no se sabe en qué ciudad estaban, si es que existieron). Lo poco que queda del mausoleo de Mausolo, es decir del mausoleo original que da nombre a todos los demás, está en una suave colina sobre uno de los puertos gemelos de Bodrum, la antigua Halicarnasos. Es 
un barrio agradable de casitas blancas encaladas, casi todas con huerta y jardín. Del imponente edificio construido en el siglo IV antes de Cristo, apenas queda nada. A mediados del diecinueve el Museo Británico mandó aquí a Charles Thomas Newton a recuperar lo que pudiera. Newton, corto de fondos y basándose en los textos clásicos compró una pequeña parcela donde le pareció que era la ubicación más probable. Desde ella, tras no encontrar vestigios relevantes, excavó túneles que se metían en el subsuelo de las vecinas hasta dar con lo que le parecieron los antiguos muros del complejo. Solo entonces negoció la adquisición de ese lugar e inició una búsqueda arqueológica que hoy calificaríamos de, al menos, poco delicadas. Encontró restos del techo impresionante el complejo, una rueda de la gigantesca cuádriga de mármol que lo coronaba y dos estatuas en las que, sin dudarlo identificó al propio Mausolo y a la reina Artemisia. Todo eso lo mandó, junto con una impresionante colección de frisos mucho más elegantes que los del Partenón, al museo, en Londres. Y allí sigue. Los enormes sillares de mármol que encontró los envió a inversas colonias británicas para construir fuertes. Eran relativamente pocos, porque la mayoría se había utilizado siglos atrás por caballeros de origen aragonés para construir el castillo de la orden de San Juan sobre lo que un día fueron las ruinas del palacio real helenístico.

 El mausoleo era en verdad un monumento al amor que ríete tú el Taj Mahal. Mausolo fue uno de los más brillantes sátrapas de este pequeño reino, vasallo del imperio persa. Constituía dos con la tarea de su padre extendió sus fronteras y aumentó su poder. No está muy claro si solo por costumbre o también por amor verdadero, Mausolo se casó con su hermana Artemisia. Desde luego, por parte de ella fue uno de los amores más intensos de los que se tiene constancia histórica. Sentía tanta devoción por su hermano esposo que cuando murió quedó destrozada, incluso a pesar de haber heredado la corona y convertirse ella misma en sátrapa. Ni la delicia del poder le alivió su dolor. Tras quemar ceremonialmente el cuerpo del rey fallecido guardó cuidadosamente sus cenizas y cada día desde entonces echaba una cuchara de ellas en su bebida para que su enamorado siguiera entrando en su cuerpo incluso después de muerto. Además hizo venir de Grecia a los artistas más famosos de su época para construir y decorar la fastuosa tumba que sirviera para recordarlo para siempre: un monumento inmenso plagado de columnas ciclópeas y decorado con centenares de estatuas. El mausoleo.  Ella misma falleció de pena a los dos años, pero no sin antes rubricar una de las páginas más gloriosas de la historia de su reino hasta el punto de ser considerada una de las mejores mujeres gobernantes de la antigüedad. Básicamente ideó una treta que le permitió atacar por sorpresa y por la retaguardia —que es como mejor se ataca— a la flota de Rodas que asediaba su ciudad: descubrió desde su palacio que los barcos griegos concentrados en uno de. Los puertos de la ciudad no podían ver si alguien los atacaba desde el otro, mientas que ella veía ambos. Derrotó a los rodenses, les quitó sus barcos y los usó para entrar con ellos disimuladamente en la ciudad del coloso y conquistarla.

 En la actualidad los dos puertos de Bodrum sirven para que fondeen los barcos deportivos de la burguesía adinerada de Estambul. Hay también un trozo de playa ocupado por hamacas donde se achicharran jóvenes venidos de todo el mundo para divertirse y montones de restaurantes, bares y discotecas (no siempre distinguibles unos de los otros) donde la noche y el ruido nunca acaban. Bajo uno de ellos apareció hace tres décadas el sarcófago de la reina Ada, hermana de nuestros Mausolo y Artemisia y también ella sátrapa reinante brevemente.Esta Ada, precursora de la ardorosa de Nabokov,  ha pasado a los libros de historia por su alianza con Alejandro Magno, rubricada en una extraña forma: siendo amantes, ella lo adoptó formalmente. El macedonio de rizos dorados, tan liberal en sus gustos sexuales, se convirtió así en su hijo adoptivo, dando lugar a un embrollo incestuoso difícil de seguir. El esqueleto de Ada estaba intacto dentro de su enorme sarcófago de piedra justo debajo de un supermercado.  Llevaba aún una preciosa corona de hojas de olivo de oro en filigrana, muy similar a las que se encontraron en la impresionante tumba de Filipo, el padre —biológico— de Alejandro,  en Vergina.

Evidentemente no me pude resistir a la tentación de ir al museo donde se guarda y mirar los huecos vacíos de ese cráneo pensando en todo lo que habían visto en su tiempo los ojos que los ocuparon. Me pareció difícil que ninguno de los jóvenes que se torran en estas playas para salir de noche recién untados de aftersun tenga una vida la mitad de divertida de la que tuvo este esqueleto. Aunque cualquiera sabe: las noches de Bodrum también tienen lo suyo. 

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