HOT SEASON
Una historia veraniega de misantropía, sexo y viajes
Capítulo 3: UN VUELO ACCIDENTADO
Para llegar a mi isla uno
tiene coger un avión hasta Kos, que es una isla enorme sembrada de apartamentos
turísticos de todo incluido. Desde allí tiene que intentar cazar el ferry hasta
la isla, que sale una vez al día desde lugares y en horarios siempre
cambiantes. Así que a uno le toca madrugar para ir al aeropuerto, dónde me
entero de que han atrasado mi vuelo y prácticamente he perdido toda posibilidad
de llegar al barco. Me relajo.
Uno se sube al avión
siempre sin saber qué aventura puede depararle el vuelo. Normalmente ninguna.
Pero hay excepciones.
Estás ya acomodado en tu
asiento y a tu lado se sienta una chica. Tiene la piel pecosa y te recuerda a
alguien. A una amante no muy lejana. Lleva ropa amplia. Entre los botones de la
camisa se percibe la ondulación más pecosa aún de uno de sus senos y en su
elevación se intuye un pezón pequeño. Dorado.
Entonces uno tiene la
fuerte tentación de meter un dedo y tocarlo. Es una atracción brutal,
seguramente fruto de la costumbre. Estás habituado a tocar ese pezón cuando se
ve entre los botones, aunque sea en otro cuerpo. Tienes una erección muy
perceptible.
Como no puedes tocarlo y
tus caderas se mueven solas de idea escribir sobre la sensación que
experimentas, para relajarte.
Has cogido el móvil y lo
estás haciendo cuando de pronto te das cuenta de que ella, que dormitaba, ha
abierto los ojos y te mira demasiado sonriente. En un movimiento encantador
alza los hombros y con disimulo, sin perderte la mirada, se desata ese botón
fundamental. Arquea las cejas y mueve sus ojos de los tuyos a su pezón ahora
perfectamente a la vista.
Tú temes haberla
malinterpretado pero tu excitación es tal que pierdes cualquier reparo y
alargas la mano. Intuyes que ha leído lo que escribías con descaro en el móvil.
Al rozar la tela de su camisa vuelves a mirarla y ella asiente levemente. Tocas
el pezón con más suavidad de cómo lo has hecho nunca antes en tu vida. Lo rozas
levemente, apenas para dibujar su perfil en tu cabeza. Está duro. Es rugoso y
firme. Lo rozas durante unos minutos interminables. Ella tiene la mirada
perdida en el techo. Se muerde los labios y cuando su cuerpo se balancea
levemente sabes que se está dejando ir, se está excitando. Saber que la excitas
te pone a mil, te mueves levemente hacia delante y atrás en tu sillón. Estás a
miles de pies sobre el nivel del mar y podrías correrte solo con ese
movimiento.
La llegada de una azafata que reparte agua hace
que ella se zafe levemente, así que retiras la mano.
Separados ya, vuestros
hombros siguen rozándose y volvéis a miraros a los ojos. Sólo un instante. Ella
sonríe y ladea la cabeza. Contenta. Tú le sonríes de vuelta. Te das cuenta de
que ella, que ya no te mira, ha cruzado las manos sobre su sexo y con disimulo
lo oprime suavemente mientras se balancea casi imperceptiblemente en su
asiento. Su única relación contigo es que incrementa levemente la presión sobre
tu hombro. Y así, con los hombros apretados los dos intentáis correros. Ella
llega antes y lo notas en que aprieta los ojos y se estremece ligeramente. Tú
eres un poco más descarado y cierras los ojos para concentrarte en el orgasmo.
Cuando los entreabres ves que ella mira fijamente tus manos y esa imagen te
hace llegar y mojar tu ropa interior.
Al salir del avión ella se despedirá rápidamente
con una sonrisa grande. Luego, ya no la verás más en la cinta de recogida del
equipaje, ni fuera. Nunca más.
Te escabulles hacia la
parada de taxis para intentar llegar al barco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario