Cada ciudad uzbeca tiene su pequeño parque de atracciones. Suelen ser algunas atracciones anticuadas instaladas permanentemente en una zona verde en el centro de la ciudad. Siempre hay una noria y un estanque. Y casetas de tiro. Además se le suelen añadir atracciones para bebés, alguna que ponga a la gente bocabajo, coches de choque, trenecitos diversos...
Están siempre decorados con figuras de animales de escayola pintadas de colores. Las hay con mayor o menor éxito y realismo según la habilidad del artesano local de turno, pero son una presencia permanente a lo largo y ancho del país.
Por las tardes y en los días de vacaciones, sobre todo durante el verano, muchísimas familias dirigen sus paseos a estos parques. Los niños colgados de las manos de sus padres se quedan embobados con las atracciones de colores; los muchachos jóvenes prueban su fuerza golpeando punchs de boxeo en las máquinas que miden la potencia; algunos hombres prueban puntería ante la mirada admirada de sus parejas o su hijos.
Las muchachas negligen sus velos y pañuelos en máquinas que giran sobre su eje y las agitan colgando cabeza abajo mientras el público murmulla o grita asustado. Las señoras mayores se reposan con un té, a ser posible sentadas en un topchan en cualquiera de las cafeterías situadas a la sombra de los árboles.
Hay coches eléctricos montados por niños muy pequeños que se te cuelan entre las piernas. Vendedores de maíz, de algodón dulce y de manzanas caramelizadas. La música nunca es ensordecedora, pero sí permanente.
Los parques de atracciones son el pulmón de cada ciudad y un lugar atemporal de vida y alegría que derrocha paz. Pequeños oasis de felicidad en el centro de todas las ciudades. Una de las delicias que sobreviven en Uzbekistán.
Están siempre decorados con figuras de animales de escayola pintadas de colores. Las hay con mayor o menor éxito y realismo según la habilidad del artesano local de turno, pero son una presencia permanente a lo largo y ancho del país.
Por las tardes y en los días de vacaciones, sobre todo durante el verano, muchísimas familias dirigen sus paseos a estos parques. Los niños colgados de las manos de sus padres se quedan embobados con las atracciones de colores; los muchachos jóvenes prueban su fuerza golpeando punchs de boxeo en las máquinas que miden la potencia; algunos hombres prueban puntería ante la mirada admirada de sus parejas o su hijos.
Las muchachas negligen sus velos y pañuelos en máquinas que giran sobre su eje y las agitan colgando cabeza abajo mientras el público murmulla o grita asustado. Las señoras mayores se reposan con un té, a ser posible sentadas en un topchan en cualquiera de las cafeterías situadas a la sombra de los árboles.
Hay coches eléctricos montados por niños muy pequeños que se te cuelan entre las piernas. Vendedores de maíz, de algodón dulce y de manzanas caramelizadas. La música nunca es ensordecedora, pero sí permanente.
Los parques de atracciones son el pulmón de cada ciudad y un lugar atemporal de vida y alegría que derrocha paz. Pequeños oasis de felicidad en el centro de todas las ciudades. Una de las delicias que sobreviven en Uzbekistán.
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