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30 agosto 2019

EL DELICIOSO VALLE DE FERGANA

La misma atmósfera mágica, mezcla deliciosa de lo soviético y lo asiático, vuelve a repetirse en grande y ya sin el río en todo el valle de Fergana. Es el aire que dota de unidad a un país que parecerían varios. El valle vive el ambiente real de Asia Central, en un paisaje verde y fértil. Como en el resto del país, se ha introducido el cultivo extensivo del algodón. Pero aquí sólo se produce un tipo delicado de algodón de alta calidad que necesita ser recogido a mano. No porque no tengan máquinas, sino para preservar su calidad. Cuando te preguntan si en tu país el algodón se recoge con máquinas no quieren saber tu nivel de desarrollo, sino la calidad de tu producto.
Aquí  a la dualidad entre rusos y originarios se añade la mezcla nunca del todo clara entre tayikos y uzbecos, con lenguas y costumbres diametralmente distintas integradas como si tal. Unos hablan persa, los otros entienden turco. El ruso, otrora lengua franca, cada vez se habla menos fuera de la capital regional para desgracia de los que lo estudiamos hace décadas pensando que nos iba a abrir las puertas de medio mundo. La religión también es plural en Fergana. Conviven ramas y matices del islam, lo mismo iraníes que afganos: hay mezquitas chiíes y otras salafistas y muchas más de un suní ligero y abierto. Y ateos.
El punto central de la vida en el valle son los bazares. Tras la incorporación de todo el Turkestan al imperio ruso y sobre todo después, cuando el poder soviético sometió a cañonazos a los kanatos -a partir de los años veinte- y creó las repúblicas socialistas de Asia Central las ciudades sufrieron una transformación drástica. Se construyeron avenidas y edificios solemnes sobre el primitivo entramado de callejuelas anárquicas. La mayoría desaparecieron y solo permanecen en la periferia de algunas ciudades como Kokand, bajo el eufemismo de zona vieja. Son a menudo polvorientas, sin asfaltar y con un modo muy humilde de vida, pero indudablemente mejores que en las ciudades del oeste donde las condiciones de vida destacan a menudo por su dureza. En todo caso, con este proceso desparecieron los bazares callejeros tradicionales y fueron sustituidos por cómodos mercados de nueva construcción.
Sin embargo, por mucho que tracen avenidas, se diseñen espacios y se quieran imponer costumbres occidentales, la pulsión cultural es irrefrenable. En todas las ciudades del valle los mercados han desbordado los grandes recintos de titularidad municipal habilitados para vender productos de alimentación. Por las calles aledañas han surgido inmensos mercadillos estables de ropa. Junto a ellos, espacios para vender herramientas, maquinaria, seda, electrodomésticos, plantones, productos de limpieza y mil cosas más.  El resultado son inmensas extensiones donde -por zonas- se compra y se vende de todo y que se han convertido en los centros vitales de todas las poblaciones de Fergana. Son lugares animados y bulliciosos que contrastan con la soledad de las avenidas soviéticas. Durante todo el día, hombres, mujeres y niños deambulan entre los vendedores y las montañas de productos. Hay gente de razas y culturas diversas. Familias de origen ruso o descendientes de los emigrantes de Corea del norte que se instalaron aquí en los cincuenta huyendo de su guerra. Pasan mujeres con diversos tipos de velos y pañuelos, desde el simple pañuelo de campesina uzbeca al hiyab suní, pasando por diversos tipos de pañuelos elegantemente sujetos en la nuca que dejan ver el flequillo al estilo iraní o afgano. Muchos hombres con su doppa. La doppa es el sombrero típico de uzbekistán: cuadrado, de tela negra y con el mismo adorno tradicional bordado en cada cara. El adorno es un arabesco que en teoría representa la felicidad aunque hay quien me explica que en realidad es para el mal de ojo. A saber.
Las doppa de Kokand son especialmente famosas aunque la verdad es que, como todo, ya no son como antes. Hace décadas, cuando uno viajaba por la unión soviética, era fácil conseguir uno de estos gorros hecho de tela, con el dibujo bordado en hilo y por dentro rellenos de papel encolado y tela. eran doppas resistentes, que llevan bien el ser dobladas para llevarlas en el bolsillo. Me cuentan que históricamente eran de terciopelo con el bordado en seda, pero los de cartón resultaban más baratos y ponibles en tiempos soviéticos. Hoy apenas se encuentran y la mayoría de los uzbecos los llevan de un filtro gomoso hecho en china con el dibujo estampado encima. Salen mucho más baratos y se ensucian menos pero pierden encanto.
Lo de que cada ciudad del valle de Fergana tenga su especialidad ha sido siempre la excusa perfecta para moverse de una ciudad a otra. En Margilon están las últimas fábricas de seda. atraen a los pocos turistas que vienen por la zona, por eso de la ruta de la seda. De hecho es una industria que se desarrolló gracias a huevos y técnicas robadas de china: el riesgo mereció la pena porque así los comerciantes europeos se la llevaban de aquí sin tener que hacer más que la mitad del viaje a China. Las fábricas siguen haciendo la seda del modo tradicional. Tienen cuartos que apestan a crisálida podrida y a capullo hervido. Siguen usando una varilla para sacar uno a uno los delgados hilos del agua sucia que hierve en enormes barreños de zinc. Ya no venden la seda virgen, sino teñida y tejida en unos preciosos paños estrechos, típicos de aquí. La actividad les merece poco la pena, porque la seda comercial china es mucho más barata, así que las fábricas van cogiendo cada vez un aire más decadente.
En Ristan se hace prácticamente toda la cerámica de Uzbekistán. Es una aldea donde casi cada casa es un taller desde que cerraron la gran fábrica estatal de cerámica. los grandes maestros ceramistas, reconocidos internacionalmente, se formaron todos en esa fábrica. Con la caída del comunismo algunos intentaron formar una cooperativa, pero la verdad es que funcionó fatal. Ahora en los talleres caseros las condiciones de trabajo son mucho más insalubres, los precios han caído y la calidad de los productos cerámicos deja mucho que desear. En cuestión de artesanía el comunismo era mucho más eficaz que el neoliberalismo actual.
Algo parecido pasa en Chust, famosa por los cuchillos. En verdad sólo quedan dos maestros cuchilleros que surten a todos los vendedores del mercado. Es difícil encontrar sus talleres pero no reconocer sus productos, cada uno marca sus hojas con un emblema  diferente de bronce derretido sobre un vaciado. Uno de ellos usa el nombre del pueblo y el otro se limita a grabar tres estrellas. Tras mucho preguntar entre vendedores, muchachos con dientes de oro y taxistas logramos dar con uno de los talleres aún abiertos. En él trabajan dos señores muy mayores que deberían estar jubilados. Uno de ellos apenas oye debido a los años pasados golpeando láminas de metal. Siguen haciéndolo: moldean la lámina a martillazos en el borde de un horno de carbón. Luego la afilan pacientemente y ellos mismos le añaden por fin el mango de madera, de hueso o de asta. es un trabajo precioso, pero cansino y sucio, agachados en una habitación negra de hollín.
En Namangán no hay ningún producto típico (quizás los bordados); allí lo típico es la religión. La ciudad tiene una fuerte presencia del islam y fama de revoltosa. Nada que ver con Andijan, donde en 2005 el gobierno cometió una masacre terrible para acabar con la disidencia, pero sí lo bastante como para que de aquí surgieran varios intentos de asesinar al presidente uzbeco por antonomasia, el carismático Islam Karimov, amado y denostado por igual.
La teoría oficial es que Namangán es propicia al terrorismo islámico salafista y que hay que vigilar la ciudad. Es difícil saber cuanto hay de verdad en ello, pero tuve la oportunidad de entrar en una mezquita salafista y charlar un rato con los chicos e imanes que vivían allí y no me pareció nada peligroso. Me invitaron ellos, para enseñarme un mausoleo del siglo XVII en desuso pero decorado ricamente. ya de camino visité el pequeño centro coránico en el que al modo de las medresas antiguas duermen algunso estudiantes. Son gente que viven para la religión, es cierto, pero no demasiado diferentes de los que he encontrado en seminarios y conventos en muchos sitios del mundo. Charlamos - como siempre pasa- de Al Andalus, que fue musulmana, y de lo parecidos que son el cristianismo y el islam. No tenían ideas extremistas, pero igual los pillé en un día bueno. En todo caso es cierto que por la ciudad se veN muchas más mujeres con velo que en el resto del valle. La mayoría de ellas llevan su pañuelo uzbeco debajo, pero se cubren el pelo con hiyabs floreados y a veces visten bastas a juego.
En general, la religión en el valle de fergana es algo muy  presente pero no siempre evidente. En los restaurantes al aire libre de Fergana hay kioscos, habitaciones y celdas discretas donde las mujeres se sienten libre de fumar y beber alcohol sin estar expuestas a los ojos de todo el mundo. Fuera de esos espacios es raro ver mujeres fumando, pero eso pasaba también en muchos pueblos de Europa hasta hace nada. La mayoría de los amigos que he hecho en el valle son musulmanes. Ninguno va a la mezquita las cinco veces diarias que marca el precepto, pero tampoco es raro que si tienen un hueco libre se pasen un momento a rezar. Muchos al empezar o acabar de comer hacen su pequeña oración, pero eso no impide que pidan vino o cerveza con los manjares. Como en todos sitios, en los pueblos se es más estricto con eso que en las ciudades grandes, pero no deja de ser un islam ligero, casi parecido al de otros países socialistas como Bosnia o Albania.















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