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20 agosto 2018

TRANSNISTRIA

Entre Transnistria y (el resto de) Moldavia el tráfico es fluido. El puesto de control de la policía moldava es discreto y en él no suelen pedir a los viajeros que se identifiquen. Evitan que parezca una frontera. Al otro lado, unos pocos metros más allá en la zona de seguridad, sucede todo lo contrario. hay control de pasaportes, una oficina de inmigración y funcionarios de aduanas. A los extranjeros se les emite un visado por los días que vayan a estar en la zona. Sin embargo, para los locales el paso es sencillo y la gente viaja con carnets de identidad transnistrios o con pasaportes rusos o moldavos. Sorprendentemente, también los vehículos con matrícula transnistria circulan libremente por todo Moldavia.
A diario el tren que hace la ruta  Kiev- Chisinau (dígase kishinev, en ruso) y vuelta para en la enorme estación vacia de Tiraspol. Sin embargo apenas suben o bajan pasajeros para ese trayecto de una hora. Los viajeros de uno y otro lado prefieren las furgonetas que salen cada poco y que aquí gestiona directamente el gobierno desde la misma estación de ferrocarril.
Veinticinco años después de la guerra breve y feroz, y a pesar de los miles de muertos, la situación se ha normalizado con una naturalidad pasmosa.
Me habían advertido de que Transnistria está militarizada, pero lo cierto es que durante la semana que estuve allí, aparte del par de tanques de al segunda guerra mundial colocados a modo de monumento nacional, los únicos militares que se ven son rusos.
Los paracaidistas rusos tuvieron su base principal durante muchos años en plena fortaleza medieval de Bender, sin embargo ahora se han trasladado a un nuevas bases, modernas y bien equipadas, en los alrededores. Mantienen un check point con ametralladoras y hasta un tanque emboscado en la carretera que va a Tiraspol y otro prácticamente igual en la que viene de Chisinau.
Son el recordatorio permanente de que este territorio independiente de facto, con la extensión de la provincia de Pontevedra y medio millón de habitantes, sólo existe gracias a la voluntad y el apoyo de todo tipo del Kremlim.
La presencia rusa es visible por todas partes y su bandera tricolor ondea en todos los edificios oficiales junto a la rojiverde del lugar. Pero simbólicamente, si algo llama la atención en la representación simbólica de esta republica al otro lado de Dniester es la presencia de las alusiones a la URSS. Algunas de las atracciones favoritas de los pocos turistas que pasan por aquí son los postes que en la carretera se mantienen enlucidos con el lema y la simbología de la Unión Soviética, y dentro de ella la república soviética de Moldavia.
Sin embargo, la parafernalia comunista tiene mucho de atrezzo. La hoz y el martillo es ubicua porque está en el escudo del país, mantenido a imagen de como era en 1990, pero lo que de comunista queda en la sociedad transnitria es sólo lo más folclórico de lo que fue el régimen soviético. Grupos de señoras funcionarias con batas pintando las vallas de los parques o barriendo las calles. Un respeto reverencial a la luz de los semáforos y los pasos de peatones. Esa moda reconfortante en la que  toda prenda pega con cualquier otra y ningún atuendo resulta ridículo. Las señoras usan diversidad de variaciones de pamela y los hombres pantalón corto y calcetines.
Más allá de la estética no queda mucho de socialismo político ni económico. por estar, ya ni siquiera está de presidente el ínclito Igor Smirnov, que lo fue durante la era soviética, durante la guerra y diecinueve años más. En las últimas elecciones, más o menos libres, perdió el puesto y no parece que en las calles se le eche mucho de menos. Su foto no se ve casi ni en los museos de historia.
En lo económico también se ha producido la completa liberalización de empresas. Y mafiosos. Enormes coches negros, carísimos y con los cristales tintados, corren por las avenidas normalmente vacías de Tiraspol, mezclándose con los pequeño lada y trabbits pintados de colores.
Un profesor de la universidad nos cuenta que el país vive esencialmente de la venta de electricidad... y de las subvenciones rusas. La madre Rusia no abandona a sus hijos fieles y el nivel de vida aquí es bajo, pero digno. En algunos restaurantes es posible encontrar aun menús subvencionados que incluyen varios platos, bebida y postre por menos del equivalente a dos euros. Se paga en rublos transnitrios, que, como cualquier país que se precie, éste tiene su propia moneda. Se mantiene permanentemente en una paridad artificial con el lei moldavo, pero es imposible cambiarla en ningún sitio fuera de las fronteras del territorio. ni siqueira en el mercado negro de Chisinau.          
La libertad de empresa ha ayudado bastante a homogeneizar el país con el resto de Moldavia. la prueba más evidente es la apertura de varios Andy's Pizza, el establecimiento moldavo de comida rápida por excelencia. A su terraza en la avenida principal de Tiraspol la clientela acude elegante y arreglada a pedir hamburguesa o pizza y, sobre todo, a dejarse ver en tal ambiente de modernidad. 
Pero si hay una empresa propia de aquí es, sin lugar a dudas, Sheriff.  Se trata de una empresa de vigilancia y seguridad que se enriqueció en la época en que este era el centro mundial de tráficoy venta del antiguo arsenal soviético. A partir de ahí diversificó sectores y hoy es más conocida por sus supermercados. Los únicos con productos y apariencia auténticamente occidentales. Es propietaria además del principal equipo de fútbol de la capital: el Sheriff de Tiraspol. Pese a la guerra, al independencia y la mala relación con la parte rumanófila del país, los equipos transnistrios juegan en la liga moldava. El Sheriff, en concreto, suele acabar en los primeros puestos, si no el primero. Eso ha traído a la república independentista uno de sus mayores éxitos de internalización: jugar en la liga europea, aunque lo eliminen inmediatamente.   
La vida aquí es, ya se ha dicho, muy tranquila y apacible. la propia capital tiene un ambiente urbano marcadamente rural. Los bloques de pisos soviéticos con su parque de juegos en medio se alternan con casas típicamente de agricultores, con frutales y huertos a modo de jardín. Es una ciudad extensa, en la que las tiendas no se acumulan en el supuesto centro, sino que están diseminadas por todas partes. Como ciudad no tiene nada que ver con el bullicio y ajetreo de Bender, la segunda ciudad de la República y la única al otro lado del Dniester.
El río no sólo da nombre al país y sirve de frontera, sino que marca gran parte de la vida cotidiana. En verano pandillas de jóvenes van por las mañanas a bañarse a alguna de las playas fluviales preparadas, con arena de verdad, en sus márgenes. Allí se mezclan con los jubilados parsimoniosos que llegan arreglados como para un paseo y se meten en los cambiadores de madera preparados al efecto para colocarse bañadores pasados de moda.
Al atardecer es frecuente apuntarse a alguno de los barcos que dan paseos de una hora remontando el río. los usan lo mismo familias enteras para celebrar el cumpleaños de un abuelo que grupos de amigas jóvenes con hijos muy pequeños que se juntan para charlar un rato o parejas maduras que se balancean al ritmo de la música atronadora del barco. Unos y otros llegan cargados de comida y bebidas y el paseo es lo más parecido a una tarde de bar en la que nadie se fija en las márgenes arboladas ni el puente iluminado con los colores de la bandera transnistria.
Por lo demás, como en tantos otros lugares soviéticos, los bares no suelen ser lugares de encuentro y la gente prefiere, en vez de eso, usar los bancos de cualquiera de los numerosos parques de la ciudad. Al ambiente de tranquilidad rural colabora el que las parejas se casan muy jóvenes y empiezan muy pronto a tener descendencia, así que predomina el aire familiar. Queda poco espacio para jóvenes alternativos, antisistema o marginales. La tónica la rompen apenas algunos adolescentes reunidos en torno a una pista de skateboard y borrachos que entran en algún tugurio diminuta con prostitutas mayores acodadas en la barra. Todo embutido de clandestinidad.
Por no haber, ni hay turistas. Apenas algunos hipster que pasan un par de días atraidos por la parafernalia comunista. Se fotografían en el busto de Lenin ante la fachada del Ayuntamiento o en su impresionante estatua ante el soviet supremo. Visitan la ciudadela de Bender y vuelven a fotografiarse ante alguno de los tanques de la segunda guerra mundial. Y poco más en un lugar donde no hay atracciones que visitar, porque está hecho simplemente para vivir.











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