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30 agosto 2018

ARGÓLIDE

Es imposible viajar por la Argólide, siquiera unos días, sin que le salgan continuamente a uno al paso los personajes y los sitios de la mitología. El viajero llega atraído por la comida griega casera y la rutina de los pescadores, huyendo del bullicio de Nauplio y buscando un lugar donde dejarse ir sin hacer nada, pero la dichosa mitología se le cuela en cualquier intento de vacaciones relajadas.

Llevo unos días así en Mili. Mili es una aldea en el extremo occidental del golfo argólico. Apenas unas casas en el cruce de caminos entre Trípoli, Argos y Nauplio y otras pocas sobre el pequeño puerto y la consiguiente playa de guijarros.
Es un sitio tranquilo para descansar por donde nunca pasan el turismo masivo ni el de cruceros. Ni casi turismo alguno. Los turistas siempre van con prisas y en estas tierras se limitan normalmente a un breve paso por las gemas deslumbrantes del trillado triángulo que une Nauplio, Micenas y Epidauro.
Sin embargo, Mili también es la antigua Lerna.

A las afueras del pueblo, entre el parque infantil y el cementerio, hay un manantial que forma un pequeño lago en el que crece un abundantísimo follaje de cañas y papiros.
Se trata nada menos qe del lago Pontino, creado con el tridente de Poseidón y la entrada al hades por donde bajó Dionisio. Sin embargo, si por algo es famoso este pequeño lago de Lerna es porque precisamente aquí vivía la Hydra.

El segundo de los trabajos de Hércules, tal y como nos los cuenta Apolodoro, consistía en matar a esa serpiente marina de cinco cabezas que no dejaba acercarse al agua a los habitantes del lugar. La verdad es que tampoco ha habido nunca unanimidad en torno al número de cabezas, ni podía haberlo porque por cada una que le cortaban surgían dos nuevas. Así que dejémoslo en que eran muchas. Pero vivía aquí. Hércules, con ayuda local, consiguió matarla a base de cauterizar cada cuello recién amputado. A la leyenda se le han buscado explicaciones reales y hay quien dice que la hidra era en realidad la malaria y otras enfermedades que habían hecho del lago un lugar mortífero y que dificultaba el acceso al agua pura, tan necesario para las ciudades estado cercanas.

Hoy día el manantial sigue abasteciendo de agua a las principales ciudades de la región, tal y como ha hecho desde la antigüedad. El lago, en cambio, es mucho más pequeño que los cuatro kilómetros cuadrados que tenía en la antigüedad. Lo atraviesa un antiguo puente de hierro del ferrocarril que desde que el gobierno de Atenas apostó por las autopistas costeadas con fondos de la Unión Europea y eliminó este precioso medio de transporte por el Peloponeso, ha quedado prácticamente escondido tras las cañas. Tanto, que resulta impracticable a pie y uno se pregunta si verdaderamente no será aún la boca de entrada al hades y lo de las ramas será cosa de Hera, que acecha con disimulo escondiendo sus pequeños secretos.

En la época, además. todos los años en sus márgenes se celebraban los misterios de Deméter, en los que un grupo de doncellas aún vírgenes ofrendaban a las aguas corderos y flores. Corderos para la bicha y flores para pedir el regreso de Dionisios. El punto de encuentro perfecto entre la muerte y los placeres vitales del tal Dionisios. Un sitio perfecto, por tanto, para instalarse unos días a disfrutar de la zona y de sus reputados souvlakis, a pesar de que sea playa ventoso y alterada donde a no ser que vivas en un país gris o escandinavo poco se te habrá perdido.

Por si fuera poco con las apariciones mitológicas, el lugar tiene la curiosidad añadida de estar ininterrumpidamente habitado desde el neolítico y ser uno de los primeros ejemplos de autoridad colectiva y el lugar donde, al parecer, se inventó la teja como sistema para cubrir edificios. En la casa de las tejas han encontrado almacenes y grandes vasijas donde se guardaba la cosecha colectiva protegida por unos rudimentarios sellos estampados en lacres de barro. Estas ruinas prehistóricas están al otro lado del lago y en el kiosco de la entrada hay tres señoras del pueblo entretenidas en hacer punto. Una de ellas es la que se encarga de vender los tickets, sin perder pie de la charla del resto.

El viajero que pasa por Lerna necesita en algún momento acercarse a Argos, que es aun la única ciudad con cierta entidad en la zona. En verdad es un pueblo grande, tranquilamente griego y construido en la llanura que se abre a los pies de la antigua argos. De ésta quedan un par de teatros, una piedra con el petroglifo de un caballero, un gran foro a medio excavar, sobre el que se ha construido una iglesia con cementerio, y un nympheo. no es bastante para atraer a muchos turistas, más allá de algunos rusos despistados y destapados que pasean sus gafas de sol por las ruinas antes de parar en el mercado del pueblo a hacerle fotos al pescado.

La capital de la Argólida era famosa por sus caballos, que uno se imagina que pastarían en el abundante verde de las márgenes del río Inajos. El lugar está considerado como la población más antigua de Grecia aunque renació y brilló especialmente con Orestes, el de la tragedia. Es sitio de mitos y de gente brava que fue el auténtico enemigo de Esparta durante toda la época clásica. Bajo la ciudad actual debe estar el palacio donde según el mito el rey Danao -fundador de la ciudad- mandó a sus cincuenta hijas que asesinaran a sus respectivos cincuenta maridos egipcios que, by the way, eran primos suyos. Era su mismísima noche de bodas y todas lo hicieron así, menos la primogénita Hipermestra: algunos dicen que por ser más enamoradiza, otros que por virtuosa; al parecer, sus hermanas esperaron a que los egipcios consumaran sus matrimonios antes de clavarles la daga. Cosas del deseo.

El caso es que la tradición local señala aún los restos ruinosos del lugar exacto en el que se juzgó a la dicha Hipermestra, por desobediente. Debió ser un juicio interesante, tipo doce hombres sin piedad, o más bien la mujer marcada, porque hasta la misma Afrodita intervino, salvando a la muchacha felizmente casada con su querido primo. Las piedras sobre las que se sucedió todo este folletín están en una ladera de la colina, justo detrás de una zona de casitas humildes y rebeldes construidas hace unas décadas. Es un laberinto encalado con aires de zoco, habitado por familias de gitanos. Las callejuelas acaban a menudo en escaleras y las casas tienen patio y perro. Es un lugar popular y lumionoso donde los perros aullan a tu paso y se abren las ventanas para observar a quien pasa. Los romaníes de Argos no terminan de fiarse de ningún forastero. Mejor hubiera hecho más de un personaje mitológico en seguir su ejemplo.

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