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29 mayo 2019

El tiempo de las gardenias


Mayo, en Beirut, es el tiempo de las gardenias. Durante unas pocas semanas el olor embriagador de estas flores acecha por las esquinas de la ciudad.La mayoría de los edificios públicos y las tiendas están decorados con plantas de gardenia en macetones. Es una planta sosa, troncosa, que ni siquiera da mucho verde. Pero en mayo florece. Y lo hace brutalmente. Los brotes se suceden. Salen de un día para otro y se abren en cuestión de horas impregnando de un aroma espeso todo el aire a su alrededor.
Ese olor es casi tan propio de Beirut como el olor a alcantarilla y sal de la Corniche, al que uno acaba acostumbrándose igual que hay quien es adicto al olor de la lejía.
 Las floristerías de la calle Jeanne D'Arc -que es mi calle favorita de Beirut- sólo venden estos días macetas de gardenias.
Es como una fiebre que invade a toda la ciudad. La propagan sobre todos los niños que venden guirnaldas de gardenias en los bares, por las aceras y en los semáforos. Raro es el beirutí que no adorna su coche con una de estas guirnaldas de olor empalagoso y en todas las casas hay gardenias en platitos con agua.

Los habitantes de la ciudad cuando viven lejos echan de menos las buganvillas. Se suponen que son la flor más propia de Beirut y no es rara leer poemas de quien ansía volver a ver sus flores moradas enredándose por los árboles de Hamra o de Sursock. Junto a ella hay también quien evoca los ficus que decoraban las antiguas mansiones de tres ojivas de aquí y que, a menudo, cuelan sus raíces en las paredes y producen grietas. Sin embargo, en mayo, Beirut son sólo gardenias.

Y las gardenias son el símbolo perfecto de que los placeres verdaderos siempre son pasajeros. La magia del instante condenado a desaparecer. Las cosas más bellas son fugaces y brotan a estallidos, como las gardenias.

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