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31 julio 2017

EL HOLOCAUSTO SEGÚN SALÓNICA

El genocidio de los judíos de Salónica en 1943 fue uno de los más devastadores del mundo. Sin embargo, a la ciudad griega le cuesta infinito mostrar las más mínima señal de piedad o solidaridad con todas esas vidas perdidas. De asumir responsabilidad ya ni hablamos.
Hasta esa fecha la comunidad judía sefardí de la ciudad era una de las más importantes y culturalmente activas del mundo. En las calles de Tesalónica el marrano era idioma habitual. En el mercado, ya bien entrado el siglo XX, se pregonaba a voces el "kesoblanco", mucho más suave y fresco que el habitual queso feta. Luego, de pronto, en unos pocos meses entre el verano de 1942 y el del año siguiente los deportaron a todos. En trenes directamente a los campos de exterminio. Sólo en Auschwitz gasearon en esos días a más de cincuenta mil.
Las circunstancias de esa tragedia, sin embargo, no se airean en la ciudad actual.
La actitud de los griegos de Salónica no fue para nada ejemplar. Todo lo contrario. Seguramente la causa de esa tremenda falta de humanidad generalizada y del colaboracionismo masivo hay que encontrarla en ese nacionalismo, casi racista, que está en la génesis del Estado griego; la construcción nacional de Grecia en el siglo veinte se ordena en torno a una legua, una religión y... una historia inventada, o al menos mitificada. El falseamiento del pasado sigue formando parte esencial, incluso en nuestros días, del contenido que se explica en las escuelas griegas.
Cualquier visitante de museos griegos habrá advertido que según su canon existiría una línea directa que conecta la antigüedad clásica del siglo VI A.C., Bizancio y la Grecia actual, sin pasar por ninguna otra etapa. Los siglos de la Grecia romana o, peor aún, los de integración en el imperio otomano simplemente se ignoran como si no hubieran ocurrido. Merecen, a lo sumo, una referencia rápida en la que se presentan como un tiempo de dominación externa sobre el alma griega en el que no se producen acontecimientos históricos o artísticos que tengan la mínima relevancia.
Cuando un comisario de la Unión Europea tuvo el atrevimiento de mencionar en un acto la 'multiculturalidad' de la ciudad de Salónica un político local le contestó inmediatamente que estaba de acuerdo si con eso se refería a "los dominadores que no consiguieron doblegar el alma cristiana de la ciudad". Y efectivamente, el nacionalismo griego se construye también en torno a la iglesia cristiana verdadera. La religión oficial del Estado. La única que se considera griega.
Salónica entró a formar parte de Grecia sólo en 1917. En la ciudad entonces los musulmanes eran absoluta mayoría. Lo fueron hasta 1922 cuando después del intento griego de anexionarse a la fuerza Anatolia y las ciudades de Asia Menor y su derrota ante los turcos, los líderes de ambos países, Venizelos y Atatürk (nacido en Salónica, precisamente) firman en Lausana el tratado de intercambio de población. Se trataba claramente de un acuerdo aberrante de limpieza étnica por ambas partes, aunque en los colegios griegos se sigue denominando "la catástrofe" y se habla tan sólo del millón y medio de griegos que tuvieron que dejar sus casas en Turquía. No se menciona a los setecientos mil musulmanes griegos desplazados a la fuerza, entre ellos la práctica totalidad de la ciudad que pasó a llamarse Tesalónica.
El criterio griego para aplicar el intercambio de población fue exclusivamente religioso y se deportó incluso a chamerios y pomakos, de origen albanés y eslavo respectivamente, que no hablaban una palabra de turco. Inmediatamente se aplicó una política de helenización que incluyó acabar con las lenguas vernáculas de las minorías de esos pueblos que, por ser cristianos, habían permanecido en territorio griego. En 1925 el Ayuntamiento de Tesalónica convocó un concurso público para proceder a la demolición de los veintisiete minaretes que seguían en pie en la ciudad, la mayoría con muchos siglos de antigüedad.
Así que a finales de los años treinta el ambiente que rodeaba a los judíos no era el más amigable: la población de la ciudad había sido sustituida mayormente por colonos griegos de anatolia desconfiados de cualquier religión que no fuera la suya. A partir de 1940 se hacen frecuentes en los periódicos locales los artículos que exigen la expulsión de todos los judíos. Lo argumentan -unos recién llegados, hablando de familias con más de quinientos años en la ciudad- en que no son griegos de verdad. Los partidos nacionalistas griegos (todos), en plena ocupación nazi, se empiezan a referir a los judíos como un obstáculo a la unidad nacional.
en este caldo de cultivo, en 1941 los nazis crean dos ghettos en la ciudad y ordenan a todos los judíos trasladarse a ellos. Justo en ese momento una comisión del ayuntamiento de la ciudad aprovecha para reunirse con el Gobernador alemán para pedirle que junto a ello expropiara lo que quedaba del inmenso cementerio judío y lo donara la ciudada para construir en él edificios públicos. Lo consiguieron y ahí es donde se empezó muy pronto a alzar la Universidad de Tesalónica.
Años después alguno de los escasos supervivientes judíos a la masacre aún recordaba como las columnas de judíos desfilando camino del ghetto eran increpadas por griegos que gritaban "os lo mereceis, por matar a nuestro señor jesucristo".
Finalmente todos los judíos pasaron a abarrotarse en unos barracones de los que aún hoy quedan trazas, el barrio del Barón Hirsch. Está situado justo junto a la que se conocía, en ladino, como "

stacion chica". Un apeadero de tren que se mantiene tal cual y en el que decenas de miles de personas fueron embarcadas en trenes que iban directos a los campos de exterminio.
Acabada la segunda guerra mundial unos pocos de cientos de judíos supervivientes del horror nazi volvieron a Tesalónica. En la ciudad mandaban entonces los antiguos colaboracionistas, aupados al poder como anticomunistas y por su nacionalismo. Cuando esos judíos quisieron recuperar sus casas y propiedades la ciudad y los tribunales griegos se negaron. Dictaron que la expropiación de las propiedades judías por los nazis y su adjudicación a griegos había sido legal.
Ya en los años cincuenta se terminó de arrasar los restos del cementerio judío para construir edificios universitarios. Entonces algunos estudiosos griegos salvaron algunas de las lápidas: sólo las que tenían en el reverso inscripciones bizantinas; ningún historiador griego tuvo el mínimo interés en preservar el resto de lápidas judías del siglo XV.
En fin, en la Tesalónica actual, plagadas de monumentos sobre el "genocidio" de los griegos de Anatolia apenas hay mención alguna a los judíos de la ciudad gaseados por los nazis. Una asociación judía consiguió permiso para poner una plaquita en la estación chica, pero sólo a cambio de que fuera muy pequeña, se escondiera en un lateral y hablara bien de los griegos. En las afueras de la ciudad se consiguió también dedicar una rotonda a las víctimas del nacismo, pero está tan escondida que no hay quien la conozca. Y justo ahora, hace unos días, el Alcalde progresista ha presentado el primer monumento a los judíos asesinados, en una iniciativa que ha concitado numerosísimas protestas, y no sólo de los ultraderechistas. Así estamos.

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