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17 agosto 2017

¿DÓNDE ESTÁ MI RÍO?

Bajo los puentes de Isfahán ya no corre agua y es como si la ciudad hubiera perdido su historia. El río Zayanderoum ha dejado de marcar la vida a la que se refiere su nombre y es sólo un pedregal en el que a duras penas sobrevive algún charco de líquido estancado.
El país sufre ya dieciséis años seguidos de sequía. Que ya son años. Pero el río no está seco sólo por eso. La razón principal son muchos años de sobreexplotación desmesurada. En parte para la agricultura pero, sobre todo, para las industrias del sur del país: en su mayoría poco modernizadas, sin sistema de reciclaje de aguas y derrochadoras. En general la gestión de la cuenca hidrográfica es un desastre total. Se reciben trasvases que aportan muy poco y empobrecen a otras zonas y, a cambio, se destina más agua de la cuenta a los campos del este desértico del país.
El río seco da pena y la ciudad entera es mucho más triste ahora. Además la tragedia ecológica y social ha sido terrible. Pueblos enteros han quedado abandonados. Miles de agricultores se han quedado sin medio de vida mientras desaparecían para siempre centenares de miles de hectáreas de cultivo. Árboles muertos y ciudades en la ruina. Con la desaparición del río se han producido además movimientos masivos de población empobrecida que ha huído a las ciudades, creando nuevos barrios terriblemente miserables.
hace un par de años, la primera vez que el problema se hizo evidente, se convocaron manifestaciones masivas de ciudadanos y agricultores. Todos unidos al grito de ¿Dónde está mi río?, inspirado claramente en la revolución verde, cuando se protestaba por los votos supuestamente desaparecidos en las elecciones generales. Mala cosa para el Gobierno, que prometió medidas extraordinarias y planes especiales. En todo caso, pasan los años y el Zayanderoum sigue seco.
Pese a todo, al atardecer la gente de Esfahán todavía sale a pasear por los puentes. Es cierto que el de Si-o-Seh lo cruzan sobre todo con prisas para ir a algún centro comercial o de tiendas y bares por la zona de Jolfa. El puente Khaju, sin embargo, sigue siendo un sitio de encuentro donde pasar la tarde en el que la atmósfera recuerda vagamente a la de otros tiempos. Hace años que retiraron aquéllas preciosas barcas a pedales con forma de cisne que eran un auténtico sinónimo de la felicidad. Lo más parecido a la magia que queda son los grupos de canto polifónico que se reúnen las tardes de verano bajo las bóvedas del puente a hacer batallas de improvisación.
Me cuentan que aún, con el deshielo, hay un par de meses al año en el que el río vuelve a llevar algo de agua. Al parecer, cada año, el día en que vuelve el agua -a mediados de abril, normalmente- la ciudad se convierte en una fiesta. Cierran colegios y negocios y todo el mundo se va a contemplar de nuevo la imagen de los puentes reflejados en el agua como un espejo. Como ha sido siempre. 
Pronto no quedará ni eso.


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