San Lorenzo es un barrio pequeño y bien
delimitado. A un lado tiene la muralla aureliana y las vías del tren. Al otro
el inmenso cementerio del verano. En los flancos, el gran campus de La Sapienza
y el scalextris del scalo junto a las antiguas aduanas. Lo que queda es un
rectángulo irregular con un puñado de calles más o menos simétricas y una
pequeña plaza central junto a la iglesia de la Immacolata . El barrio surgió
como tal en el siglo XIX a partir del cementerio y de algunas industrias que se
instalaron en la zona, convirtiéndose en el primer barrio extramuros de Roma.
Antes no había nada más que la básica de San Lorenzo de Extramuros, construida
en la edad media encima de las catacumbas de San Lorenzo. El sitio -necrópolis
desde siempre- donde enterraron al santo después de asarlo supuestamente a la
parrilla. En la basílica, construida con abundantes restos romanos hay tres
papas enterrados, incluido Pío IX: el famoso pionono cuyo nombre dieron a unos
deliciosos pastelillos en honor a que había declarado el dogma de la inmaculada
concepción. Durante el entierro, mientras transportaban el ataúd desde San
Pedro a la basílica de San Lorenzo parece ser que hubo un grupo de
revolucionarios llegaron a apoderarse de él para tirar el cuerpo al río, lo que
sólo se evitó con la intervención armada del ejército italiano.

Lo mayores del barrio recuerdan todavía
las frecuentes peleas a pedradas que en su infancia se entablaban entre las
pandillas de niños de San Lorenzo y los de la Immacolata. Hoy todo eso es
pasado. El barrio gira ya en torno a la parte alta, nada más. Se ha vuelto uno
de los emblemas de la Roma alternativa y estudiantil, sin perder por ello el
ambiente de vecinos de siempre y una población inmigrante bien integrada.
En los años veinte San Lorenzo era zona
proletaria, de obreros y ferroviarios. Anarquista y comunista. Con el
advenimiento fascista comenzaron los problemas. Primero durante el entierro de
Enrico Toti. Cuando la columna fascista que llevaba el cuerpo con todos los
honores intentó atravesar el barrio, camino del cementerio, fueron recibidos a
tiros. Luego, durante la marcha a Roma en 1922, se llenó de barricadas para que
la marcha no pasara por vía Tiburtina. Era el barrio rojo. Durante la ocupación
nazi fue cercado y sometido a vigilancia constante, lo que no evitó que fuera
cuna de numerosos partisanos y se multiplicaran los actos de resistencia.
La mañana del 19 de julio de 1943
centenares de aviones norteamericanos arrojaron toneladas de bombas sobre San
Lorenzo. No se sabe si apuntaban a la estación del tren o a alguna fábrica,
pero cayeron todas aquí. Tras las primeras oleadas los bombarderos que volvían
a llegar se guiaban por la columna de humo y machaban el mismo lugar. Hubo
miles de muertos, el número no se sabe con exactitud. Se logró identificar a
unas 1700 personas fallecidas, pero otras muchas desaparecieron bajo los
escombros. Las huellas del bombardeo siguen en el barrio. En los huecos vacíos
dejados aposta entre las casas del barrio e incluso en algunas fachadas que
tienen huellas de metralla, como las columnas de la basílica patriarcal. Es ya
un tópico usar la frase de De Gregoris en una canción que compuso sobre aquello
que dice que aquella mañana las bombas caían como nieve sobre San Lorenzo.

El parque de San Lorenzo, junto a la
puerta Tiburtina, está dedicado a los muertos en los bombardeos. El césped está
rodeado de una fila larguísima de paneles con los nombres de las víctimas. De
algunos sólo se sabe el mote. A una se la identifica sólo como ‘una mujer,
muerta el día de navidad’. Al lado hay algunos columpios.
Al atardecer el parque se llena con los niños del
barrio que salen del cole. La mayoría de los padres son muy jóvenes y de origen
evidentemente humilde. Abundan pelados al cero que dejan ver cráneos llenos de
cicatrices de pelea; los chándales; las caras picadas de viruela y desdentadas;
los tatuajes en el cuello y los tobillos. Se trata, claramente, de un barrio
que ha vivido tiempos peores. Este ambiente proletario llena el parque y los
niños juegan bajo la mirada de padres tatuados que imitan una vida de plácida
burguesía.

-¿Cómo puede tatuarse así la cara? -El
otro le responde simplemente -È un bravo ragazzo. Cada uno se viste como
quiere.
La gente del barrio se quiere y se protege
entre sí.
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