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11 mayo 2017

CARABINIERI - Historias de Roma (4)

Entre el coliseo y el circo máximo hay una calle estrecha y elevada que rodea el parque del Celio y por  la que prácticamente solo pasa el tranvía de la línea tres. Por un lado está flaqueada por la valla metálica que protege el parque. Por el otro hay una ladera verde que baja hasta la vía San Gregorio, donde está la entrada turística a los foros del Palatino. En esa ladera, trufada de arbustos, ha plantado su tienda de campaña -de un color verde que se camufla perfectamente con la pradera-  un refugiado sirio sin techo. Tiene, posiblemente, una de las mejores vistas de ciudad. Al abrir la cremallera, cada Mañana ve a un lado la mole del Coliseo, un poco más abajo el arco de Adriano y justo en frente las ruinas de los foros; todo ello en un ambiente verde que le haría a uno pensar que se halla en pleno campo, lejos de cualquier ciudad. A unos metros de la tienda, bajo unos pinos, hay un trozo de pradera al mismo nivel de la calle que algún coche usa a veces para aparcar un rato en un lugar discreto en pleno centro turístico de Roma.

Ahí llega el coche de los carabinieri, hace un giro poco elegante, se mete en la hierba y para. El inmigrante de la tienda lo mira un momento, con tranquilidad y vuelve a su contemplación sosegada del paisaje romano sin mostrar ninguna inquietud. Lleva las ventanillas bajadas, seguramente por el calor de estos primeros días de mayo. Los dos agentes se desabrochan los cinturones de seguridad, pero no bajan del vehículo. Uno de ellos se vuelve al asiento de atrás y agarra dos tarteras. Le pasa una a su compañero. Los policías, entonces, abren la tapa de sus respectivas tarteras y justo después se vuelven el uno al otro y se besan. Un beso sentido, no demasiado largo. Y vuelven sonrientes a su almuerzo y a ver el paisaje romano desde ese escondite. Como una pareja cualquiera de enamorados.

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