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25 septiembre 2016

Un historia de Mértola (inicio)


El día de difuntos no pudo empezar peor para Teresa Martins. A la una de la mañana se puso de parto su misma madre. Doña Manuela , que ya había dando antes a luz cinco hijos, no parecía tener ya edad ni resistencia para estos trotes y gritaba como si se fuera a acabar el mundo. Como sucedía cada vez con más frecuencia su marido tampoco estaba esa noche en casa. Cuando se casaron, Antonio aún trabajaba llevando mercancías por el río para la mina y los mineros de Santo Domingo. El jornal no les daba para grandes fiestas pero vivían decentemente. Luego la mina cerró, el negocio fue decayendo y empezaron a pasar apuros. Últimamente hasta les costaba mantener siquiera la barca, que se caía a pedazos. Hasta que hace cosa de un año Antonio se había asociado con Zé Xico, un tipo turbio del poblado de Santa Marta. Ahora se ganaba de nuevo el sustento con la barca, trayendo tabaco de contrabando de España. Trabajaba sobre todo por las noches aunque doña Manuela sospechase que parte del llamado trabajo sucedía en las tabernas de Pomarao y Alecrim, en compañía de mujeres de vida mucho más alegre que la suya. Aún así, o quizás por ello, no había terminado de acostumbrarse a esas noches largas y frías, velando ella a toda la prole en la casita del número veintitrés del largo de la Iglesia heredada de sus padres.
De esa misma casa, apenas empezada la noche de difuntos salió corriendo Teresa, la primogénita de los cinco hermanos a punto de convertirse en seis. Corría a buscar al doctor Gomes que debía estar durmiendo en su hogar de la plaza del Ayuntamiento. Había luna, y a su luz bajó corriendo los escalones de la Travessa de Oliveirinha. Y ahí empeoró su noche de difuntos. Porque nada más bajar la primera parte de este callejón estrecho y oscuro, justo en la primera esquina en la que la calle se estrecha, le salió al paso por sorpresa una sombra. El susto la hizo resbalar y caer de culo con la falda subida hasta el ombligo. La sombra no contuvo la risa, y eso volvió definitivamente humillante la situación. El que la había asustado tanto y ahora se carcajeaba no era otro que Serrao Guires. El mismo muchacho un par de años mayor que ella, guapo y siempre sonriente, con el que se había sonrojado esa mañana. De joven, en el colegio, todos le tenían pena por ser huérfano de padre; ahora se había vuelto realmente apuesto y era el objeto de deseo de la mayoría de las jovencitas de Mértola. Le había tocado hacer el servicio militar en Angola pero hacía unos días que andaba de nuevo por la ciudad, aprovechando su primer permiso para visitar a su madre.
El día antes Teresa estaba con sus amigas sentada en uno de los bancos de la plaza, frente al café Guadiana, cuando pasó por allí Serrao. El uniforme verde oliva le daba un aire aventuro que le favorecía aún más y las muchachas se quedaron todas en silencio, siguiéndolo con la mirada y casi se diría que con la boca abierta. Él pasó como si no las viera, pero al instante volvió sobre sus pasos y se acercó precisamente a Teresa, como si sólo ella estuviera en el banco:
-¿Tú no eres Teresa, la hija de Antonio el contrabandista?
-No sé nada de contrabando – a pesar del escalofrío que había sentido recorrerle todo el cuerpo al oír la voz, a Teresa no le gustó el tono de galán del muchacho y respondió en tono frío. Haciéndose la ofendida. No estaba dispuesta a ser una presa fácil para ese soldado, acostumbrado seguramente a que mujeres de todas las razas cayeran rendidas a sus pies.
-Mujer, que no te lo he dicho con segundas. Le tengo mucho aprecio a tu padre. Es un buen hombre, aunque haya quien no se dé cuenta.
-¿Nos conocemos?
-Claro, Teresinha –Serrao le hablaba sonriente, en calma y mirándola a los ojos, como si no fuera consciente del efecto que causaba en la muchacha- Soy Serrao Guires. Fuimos juntos al colegio. Tu estabas en el curso de las pequeñas, con mi hermana . A veces os veníais las dos a estudiar a mi casa. Has crecido y te has puesto muy guapa, pero sigues igual de huraña que de chica.
- Teresa se ruborizó.
-¿Y a qué viene lo de los contrabandistas?
-No lo he dicho con mala intención. De todas formas, cuando veas a tu padre, por favor, le dices que lo ando buscando. ¿me harás al menos ese favor, a pesar de mi ofensa al hablarte de esta manera? –ella no pudo evitar sonreír ante el tono irónico del soldado.
-Vale. Se lo diré.
-Que tengan un buen día, señoritas –se tocó el sombrero mirando al grupo de chicas y siguió su camino más sonriente que antes. Lucía, que estaba sentada junto a Teresa y era la más envidiosa de todas las amigas, no se ahorró un comentario despectivo sobre el soldado que se alejaba:
-A saber en qué negocios anda metido ése. Mi padre dice que es comunista y que ha venido a montar jaleo. Y además se lo tiene demasiado creído. Tú, Teresa, nunca te das cuenta de nada, pero lo has mirado de una manera que casi me ha dado vergüenza, de tan descarada. -Teresa no contestó. Sabía que su amiga estaba simplemente envidiosa de que el chico más apuesto de Mértola se hubiera dirigido sólo a ella.
Y de pronto ahí estaba, delante de ella, en el callejón casi a oscuras, riéndose. Se sintió avergonzada, pero no olvidó que iba de urgencia y que su madre estaba en su casa, a punto de parir, esperando que ella volviera con un médico. Así que se levantó poniéndose bien la falda, se alisó el pelo lo más digna que pudo y reunió valor para contarle al muchacho a dónde iba a esas horas y con tantas prisas. Serrao borró de su rostro la expresión divertida y le anunció que la acompañaba.












(Zé Xico trabajó de pedreiro en Lisboa, recortando adoquines para dejarlos cuadrados, antes de volver a Mértola y empezar su fructífero negocio de contrabandista. En la capital se había afiliado en secreto a un sindicato y el negocio incluía también el transporte a través de la frontera de propaganda comunista y de militantes buscados en alguno de los dos lados. De esa parte se encargaba el padre de Teresa y por eso lo buscaba Serrao, militante de izquierdas muy activo entre los militares de Angola.
Esa tarde Serrao lleva a Teresa a una velada que se celebra en el cine-teatro Marques Duque, donde una espiritista intentará contactar con Houdini. Ella antes llevará flores a la tumba de su abuela en el cementerio junto al castillo y le contará el feliz nacimiento de su nueva hermana.)




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