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28 diciembre 2015

EL VIAJE (refugiados de lesbos, I)

Llevo una semana en Lesbos y ya voy entendiendo cómo es el viaje de un refugiado.
El itinerario es fácil. Llegan desde Turquía en barcas. La mayoría sale de los poblados de alrededor de la ciudad de Ayvalik, aunque antes esperan unas semanas en un barrio del centro de Esmirna al que ya llaman la pequeña Siria. La costa turca está realmente cerca, casi a un tiro de piedra. La travesía no debería durar más de un par de horas en un día tranquilo. Hay varios tipos de barcas según lo que uno esté dispuesto a pagar. Las más frecuentes son largas zodiacs de goma barata y blanda, dinguis, las llaman aquí. Los traficantes turcos las llenan de gente, le ponen un motor y les indican como llegar. Los refugiados, solos en las lanchas, a menudo se guían por el GPS de sus teléfonos móviles para llegar a la playa adecuada: con un poco de suerte donde menos rocas haya. Lo más habitual es emprender el viaje a última hora de la tarde o a primera de la mañana. Para ayudarles a orientarse hay voluntarios que ponen coches con las luces encendidas en las playas más accesibles. A veces, cuando se están acercando los dinguis en mitad de la noche se ven puntitos azules: las pantallas de sus teléfonos, con los que intentan orientarse.
La mayoría de refugiados viene con su salvavidas, aunque también en eso hay precios y cualidades. En Esmirna floreció el negocio de los salvavidas. Pero ningún proveedor da abasto para fabricar medio millón de salvavidas a ese ritmo. El resultado es que empezaron a vender salvavidas falsos, que por dentro están hechos de cartón prensado o celulosa. Si caen al agua se hinchan y en vez de mantener a flote al náufrago, lo arrastran al fondo del mar. Algunos niños pequeños traen un remedo de salvavidas hinchable, que no es apto ni para piscinas. Estos días las playas de Lesbos están llenos de millares de salvavidas abandonados. Hasta hay una ONG dedicada exclusivamente a recuperarlos para reciclarlos.
Durante este año han llegado a esta isla así, en lanchas precarias, medio millón de personas. Más de tres mil han muerto en el intento. Para cualquiera que mire un mapa es difícil de entender por qué corren este riesgo, en vez de entrar a pie directamente a Bulgaria, que pertenece a la Unión Europea y tiene una frontera más accesible. Según los refugiados y los cooperantes que los ayudan es por la actitud de la policía búlgara, que maltrata, roba y deporta ilegalmente a los refugiados con total impunidad.
A simple vista tampoco es creíble que las autoridades turcas digan que no pueden parar el éxodo de barcas, a pesar de los millones de euros que la UE les ha dado para ello. Cuando Turquía recibió el dinero, en noviembre, hubo un día sin refugiados. Sólo uno. El primero y el último. Inmediatamente se recuperó el ritmo. Las lanchas viajan sobre todo de noche, pero medio millón de personas no viaja de incógnito. Los guardacostas turcos las ven prepararse y salir; según algunos incluso cobran un peaje por cada viajero que dejan pasar.
Cuando están llegando a la playa a menudo los refugiados pinchan sus barcas. En principio la ley griega obliga a acoger a las víctimas de cualquier naufragio, pero permite castigar y deportar a quien entre ilegalmente en el país. Eso ya no se aplica a la oleada de personas que llegan estos días pero, por si las moscas, muchos prefieren desinflar la zodiac y tirarse al agua junto a la orilla. Llegan todos con los zapatos -y la ropa, a menudo- empapados. Lo que más se necesita en la isla estos días son zapatos nuevos. Se han agotado en las tiendas y los almacenes y las oenegés no saben de donde sacarlos.
Muchas barcas chocan contra las rocas. Otras pierden el aire antes de llegar, o se estropean, o simplemente se hunden.
En el norte de la isla una asociación de socorristas voluntarios, muchos de ellos españoles, tiene dos lanchas de salvamento en el puerto de skala skammia y un sistema de alerta las veinticuatro horas, para salir a buscar balsas en apuros. Están salvando muchas vidas.
Hay también varios grupos de voluntarios a pie de playa, siempre esperando a las lanchas de refugiados. Los ayudan a salir del agua, los arropan con mantas, les dan ropa seca y té; han levantado algunas tiendas donde pueden reposar los más cansados. También atienden a heridos y enfermos. Son el primer abrazo solidario y espontáneo que reciben los refugiados. Están en contacto con las agencias de ayuda: llaman ambulancias para los heridos. Un par de minibuses lleva a los demás hasta el centro de tránsito de Eurorelief, en lo alto de la colina. Allí esperan unas horas en varias tiendas hasta que autobuses más grandes, de ACNUR, los van llevando al campo de refugiados de Moria. Algunos pasarán la noche a medio camino, en el campo que MSF tiene en Mandamados, donde caben casi cuatrocientos. Al amanecer también ellos irán a Moria. Todos los refugiados tienen que pasar por Moria: es un lugar caótico, sobrepoblado y poco acogedor. Pero también el único punto donde los refugiados pueden registrarse como tales y obtener los papeles que les permiten viajar libremente. Al menos por Grecia.
Últimamente las barcas van dejando de llegar al norte de la isla y se dirigen a la zona del aeropuerto, en el sur. Hasta ahí la travesía es más larga, puede durar hasta seis horas; muchísimo, si se tiene en cuenta la distancia: el viejo transbordador que conecta Turquía y Mitilini lo hace en cuarenta minutos a paso de tortuga. Pero está vetado a los refugiados, que tienen que jugarse la vida en el mar. En las playas del aeropuerto hay menos recursos esperando. Normalmente, grupos de voluntarios que se mueven en coche por los cinco o seis kilómetros de carretera de esa costa para acercarse hasta el punto de llegada. Hay jubilados griegos que van con el coche cargado de ropa. Otros que llevan té. Un grupo de bomberos sevillanos lleva aquí ya un mes y aunque no tienen barcas, sí que se meten en el agua hasta la cintura para ayudar a dirigir los últimos metros de las zodiacs. Hay paramédicos y voluntarios de Moria que en los ratos libres echan una mano en la playa.  Unos chicos holandeses de Pipka traen grandes termos de té caliente que van sirviendo a los refugiados que tiritan de frío.
Los voluntarios forman dos hileras para que los refugiados vayan bajándose entre emdio y no vuelquen el Dingui. Llegan bebés empapados con el agua chorreándoles por la cara, mujeres histéricas, mucha gente temblando, en shock. Algunos se arrodillan en el suelo nada más llegar para dar las gracias. A algunas señoras mayores las bajan en brazos.

Muchos grupos traen mochilas donde acumulan toda su vida. Fardos que entre todos se bajan también a la orilla. Otros vienen sin nada, porque en mitad de la travesía tuvieron miedo de hundirse y no les quedó más remedio que tirar por la borda todo el peso de más. Esos llegan mucho más desesperados. Muchos niños traen la ropa manchada de vómito seco. Un par de oficiales de ACNUR observa siempre la operación de lejos, y en cuanto el grupo empieza a estar tranquilizado y razonablemente seco lo conducen a los autobuses que los llevaran a Moria. Allí se van a convertir legalmente en refugiados.

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