La llanura Laconia se abre al otro lado del Taígetos y se extiende hasta la parte exterior de Mani. Es una zona verde, propensa al verde de los frutales y hasta al cereal, aunque esencialmente llena de olivos. Si Kalamata presume de aceitunas, aquí alardean de producir el mejor aceite de oliva.
Algo debe de haber de cierto: por la noche paramos en un kafenío lleno de viejos campesinos en una aldea cerca de Mystrás. Para acompañar el tsipouro pedimos que nos pusiera un tomate cortado en rodajas. El tabernero era un espartano que habitualmente trabaja en un taller de automóviles; esa noche sustituía al camarero habitual. Nos trajo un tomate enorme y jugoso bañado en un aceite tan delicioso -espeso, dorado, casi dulce- que no pudimos dejar de mojar trozos de pan hasta acabarnos entera una de esas grandes hogazas de la zona. Y esa fue nuestra espléndida cena.
A medida que nos acercamos a la acrópolis de Esparta, en el lugar más central de la llanura, los olivos son enormes, multicentenarios; de varios metros de diámetro. Entre ellos surgen de pronto algunas vallas de plástico que delimitan los lugares que se están excavando. No hay carteles ni senderos explicativos ni se supone abierto a la visita de los turistas. Las excavaciones han sacado a la luz en un lado la base de un gigantesco reciento semicircular construida en rocas megalíticas. Un poco más allá, un muro de lo que podría ser el foro y varias construcciones adosadas. El muro está hecho de piedras irregulares talladas para que encajen perfectamente entre sí, como un puzzle perfectamente resuelto. Detrás de unos árboles al otro lado del camino hay cinco columnas cuya base aún se hunde en la tierra, varias de ellas son estriadas. Hay un trozo más de columna tumbado en el fondo de la excavación junto a varios bloques de mármol. Al ser éste un rincón resguardado de la vista de quienes pasan por la calzada se ve que alguien ha decidido usarlo como retrete de urgencia. Varios trozos de papel higiénico diseminados entre las ruinas -entre otras cosas- dan fe de ello.

Esto es lo que queda de la rival de Atenas. Del centro de su poder, al menos. La ciudad moderna fue construída enteramente a mitad del S. XIX, con ese apogeo de la reivindicación del pasado clásico que siguió a la independencia griega. Diseminados por ella quedan algunos restos más, incluida una tumba que a los locales les gusta imaginar que pertenece a Leónidas. Los turistas en su mayoría se limitan a visitar el teatro “romano”, bien conservado y señalizado. La ciudad, por su parte, es lineal: trazada con tiralíneas cuando planificaron que volviera a existir una Esparta. Tiene fama de fea, pero no es peor que la mayoría de ciudades del Peloponeso rural. Tanto han insistido sus autoridades en ligarse al pasado guerrero que la llenaron de monumentos al ejército, a los atletas olímpicos, al valor de quien en algún momento dio la vida por su país...y de sus correspondientes charlas en colegios, ceremonias cívicas y demás parafernalia. El resultado son unos habitantes conservadores y profundamente nacionalistas. Es el bastión de Aurora Dorada y, en general, de todos los partidos neofascistas que surgen. Cosas de jugar con la historia.

Como es domingo, no hay nadie en las excavaciones y puedo pasear tranquilamente por ellas; tampoco tienen vallado o señal alguna que lo impida. Hay montones de tierra extraída hace poco de las zanjas y en ellos abundan los restos de cerámica basta. Intento imaginar el lugar en la época clásica. No me puedo quitar de la cabeza la idea de que tampoco entonces debió ser un lugar mucho más urbanita ni sofisticado. No sé hasta qué punto es del todo exacto el mito de la Esparta guerrera, feudal y campesina, pero aquí, entre los olivos, el polvo y el vacío se me hace fácil de creer. Sin duda la dualidad con la Atenas intelectual y democratica ha tenido mucho de construcción posterior. Y no deja de ser una imagen simplista. Sin embargo en el Peloponeso actual, cálido casi hasta la aridez y tan tremendamente rural pega que Esparta fuera lo que dicen que fue. Básica y guerrera. La idea me la confirma el pasar por las Kiadas, la garganta donde dejaban a los bebés para comprobar si sobrevivían. El paisaje es impresionante, como todo el cañón de Lagada. Rocas cortadas a ras, afiladas sobre un riachuelo que casi ni se ve al fondo del todo. Aquí no puede haber cambiado nada desde entonces y el sitio desprende fuerza y brutalidad. Vuelan dos cuervos encima nuestra. Al menos ésos no son los mismos cuervos que miraban por encima a los espartanos.
Tres días después de nuestra visita las autoridades anunciaron que en las excavaciones de la acrópolis de Esparta habían encontrado una figurita de barro cocido de un toro micénico extraordinariamente bien conservado, con todos sus colores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario