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18 agosto 2015

PELOPONESO II (La casa)


La llegada a la casa de Messini tuvo algo de mágico: como si todo se hubiera conjugado para evocar el sabor de las tardes de verano de la infancia. Ésa tan presente en el Peloponeso.

Era a finales de mediodía y el calor casi había vaciado las calles de la ciudad, de por sí poco concurridas. Casi de inmediato nos salimos al patio a comer. Nos hinchamos de sarmadas, que son hojas de col hervidas y rellenas de carne picada y arroz. Las acompañamos de un litro de vino rosado a granel, muy frío. Cuando ya no podíamos comer ni beber más sucedió una especie de epifanía. Sobre la mesa apareció de pronto una bandeja de brevas y de higos chumbos. las brevas eran verdes, grandes, muy maduras. Fáciles de pelar y con el corazón de un rojo lujurioso que se nos derretía en los dedos antes de llegar a los labios. Los higos chumbos, muy amarillos, dulces y fríos para devolvernos a la realidad tras la experiencia de las breva .
Fue un momento mágico, y mientras nos tomábamos luego el obligado café griego tuve la impresión de que hace muchos años los veranos de niño también tenían patios como ese, y frutas y tardes de sobremesa con los amigos que nunca acaban. En el patio huele a albahaca, más cada vez que el viento o una mano distraída agitan alguna de las mucha macetas.
Al acabar de comer nos dividimos en grupos, llenando las habitaciones como si fuera una excursión escolar. Ahora hay que hacer siempre cola para el baño y cuando por fin uno consigue entrar, la tapa del water está siempre tibia.
Durante todos estos días Tula va a sorprendernos cada día con montones de comida que nos esperan a
la llegada de cualquier excursión o de la playa. la lista supera a la carta d cualquier restaurante griego: calabacines rebozados, sarmadas, filopita (que es una pasta casera de la zona) con pollo de campo, cordero al horno con romero, ensalada campesina, acerias fritas, horta, mussaka, cayanás (una masa de pimientos rojos, salchichas, carne y huevos), cuadraditos de filopita con ternera, remolacha aliñada, y más.
Ayer Tula hizo mermelada de higos por la mañana. Una caldera entera que preparó temprano por la mañana y dejó enfriándose cuando se fue a la playa. Al volver, la cacerola entera estaba cubierta de una capa densa de hormigas. Eran hormigas diminutas pero tantas que no se veía el contenido. Tiró la mermelada, echó insecticida, barrió el suelo... pero la cocina seguía llena de hormigas.

Por la tarde lo comentó con varias vecinas y primas en la plaza de Messini. Un cuñado le explicó que el mejor modo de librarse de las hormigas es poner cebolla. Así que antes de acostarse llenó el suelo de la cocina de gajos de cebolla. Y se echó a dormir.
A la mañana siguiente, efectivamente, no quedaba ni una hormiga en el suelo ni as encimeras. Sin embargo, los insectos ahuyentados por el olor se habían refugiado en las estanterias altas. Justo donde se guardan las especies, los platos, las legumbres. Se ha pasado toda la mañana limpiando los estantes y poniendo veneno.
Al llegar nosotros yo me olvidé un sandwich que traía sobre mi mesilla de noche. Ella entró luego en el cuarto y se lo encontró cubierto de hormigas. Así que hubo nueva sesión de fumigación intensa. Al ir a acostarme me dice preocupada que tenga mucho cuidado por la noche, no se me vayan a meter por las orejas.









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