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13 agosto 2014

Historias de Haiti (7): LOS TAP TAP


TAPTAPS
Tras años de catástrofes y desastres Haití se ha convertido en un país de color gris. Este tono general lo salvan trocitos de selva tropical, algunas ceremonias de vudú, los carnavales y, sobre todo, los autobuses.
La mayoría son obras de arte, pintadas de colores vistosos y recargados que llenan las calles y las carreteras del color que debería tener esta tierra. La costumbre de decorar los camiones y buses de transporte de pasajeros nació en los cuarenta: con dibujos y citas de carácter religioso que sirvieran para proteger a los viajeros de un posible accidente.
El transporte público en Haití es eficiente, aunque incómodo. Eficiente porque siempre hay un vehículo saliendo para cualquier destino al que te dirijas. Incómodo porque si hay asientos deberás compartirlos con una masa de gente que te aplasta sin compasión. En sentido estricto hay tres tipos de transporte colectivo: los taptaps son pick-ups reconvertidos a los que en la caja se les ha añadido un techo y dos filas de bancos, para que quepan hasta quince personas. Los ti-bus son furgonetas pequeñitas donde entran ocho o nueve personas. Los gro-bus autobuses medianos, la mayoría reconstruidos autóctonamente y otros restos de viejos autobuses escolares norteamericanos. Para viajes largos se usan a veces camiones con bancos de madera. A menudo, sin embargo, se llama taptap para cualquier vehículo de transporte que esté pintado de colores.
Sentado en un taptap me quedo mirando asombrado los dibujos de otro, decorado con imágenes de alguna artista local, ligerita de ropa (o quizás sea Beyonce, que yo soy pésimo para las caras). Una señora a mi lado me ve y me dice "Pornográfico. Ya solo dibujan pornografía. Se ha perdido el temor de Dios". Los pasajeros más jóvenes me sonríen.
El taptap tiene su etiqueta.  Al subir hay que decir siempre' bonsuar', para saludar a los demás, que el taptap es un lugar decente. Cuando uno quiere bajar, si se trata de un bus, basta gritar 'mersi' y el chofer se detiene. En los taptap hay diversos modos para llamar la atención del conductor en su cabina. Los más sofisticados han instalado timbres. A menudo funcionan con dos cables pelados que el viajero debe unir para que suene. Lo más tradicional es llevar algo colgando para golpear la ventanilla de la cabina. Suele ser un bolígrafo gastado, pero he visto desde botes vacio de medicina hasta cepillos de diente usados. Para bajar uno le pide al viajero más cercano a la cabina que golpee con eso la ventanilla. Todo con la máxima educación.

Los buses también son lugar de negocio. En el que cojo por las mañanas hasta la ville siempre se levanta un viajero sentado en las primeras filas. Es un joven charlatán, vendedor de remedios mágicos. Se pasará todo el trayecto hablando a voces, sin la menor pausa: "por ignorancia la gente cree que comer basta para estar sano. Se come para no morir, pero no para alimentarse. Hay una cosa que se llama com-ple-men-to, que nos da los alimentos que le faltan a la comida". Según dice, el mismo producto sirve prácticamente para todo: "es antioxidante que ayuda a tener más energía y a hacer mejor la digestión. Evita la anemia, la diabetes, el colesterol y esas cosas". Evidentemente, ante tal despliegue de beneficios sería suicida negarse a comprar el producto. Efectivamente, agota una caja grande de un medicamento llamado Diclobru. Se lo quitan de las manos los pasajeros del bus, aunque lo venda al triple de su precio razonable. 

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