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03 agosto 2014

HISTORIAS DE HAITÍ (3) VECINOS

VECINOS
Vivimos en una gran mansión colonial decadente. Tiene un jardín enorme y descuidado con una piscina llena de hojas. Y una sala grande llena de sillones de teca, decorada con pieles de cocodrilo, símbolos de vudú y coloristas pinturas naif locales. Hay también una barra de bar con algunas botellas polvorientas y aparadores con vajilla de metal cubierta de polvo. En torno a la casa principal, alrededor de la piscina, hay otras tres casitas independientes adosadas. El lugar debió servir un tiempo como casa de huéspedes y residencia de su propietario, un croata reconvertido en francés que lleva casi cuarenta años en el país. El lugar entró en decadencia, seguramente por falta de demanda y el dueño se trasladó a una casita más confortable con su jovencísima mujer haitiana.
Últimamente alquila las tres habitaciones de la casa y sobre todo las casitas adosadas a trabajadores de organizaciones internacionales. Hay un policía ruso de la UN (serge, sergei para los amigos), un brasileño que trabaja para la FAO y una señora, posiblemente africana, de la que no sabemos nada. Nosotros vivimos en una de las habitaciones de la casa, con un ventilador de techo y una enorme terraza que da al jardín. De las otras dos habitaciones, una está vacía y en la otra vive un doctorando haití-americano del que dicen que trabaja para la CIA pero que aparentemente esta siempre de vacaciones. Así que estamos casi siempre solos en la mansión. Compartimos la gran cocina vieja con dos empleados haitianos que llevan decenas trabajando para el dueño y se ocupan de la limpieza y de vigilar la casa.
 La decadencia está por todas partes. En el polvo acumulado en las vitrinas, en los azulejos rotos del baño y la cocina. En la plaga de ratones y cucarachas que nos atacan al atardecer: mi primera noche en la cocina conté mas de doce cucarachas del tamaño de un dedo (a las mas pequeñas ni las conté)y al anochecer en la terraza vemos trepar a los ratones sin pudor por las ventanas. Así que el alquiler sale increíblemente barato.
La mansión está cerca del centro de petionville, pero justo donde empieza un barrio de chabolas de muy dudosa reputación.
Al anochecer los ruidos del suburbio se cuelan a través del muro. Justo al otro lado de esa barrera de ladrillo coronada de trozos de botellas rotas empieza una ciudad diferente. Un barrio de callejuelas estrechas sin asfaltar y casuchas grises construidas de bloques de cemento barato. Pasan pocos coches pero el ambiente es bullicioso. Un grupo de borrachines bien provisto de botellines de cerveza y ron ensaya cánticos. Como ya se ha acabado el futbol, es difícil saber si es para el carnaval de las flores, para la iglesia o para el vudú. Luego se une un grupo de muchachas y un ritmo pegadizo de tambores.
Nos asomamos a la puerta de la calle. Las mismas mujeres que vienen de rebuscar en la basura del vertedero que linda con el barrio pasan ahora más sonrientes. Como si cerca de sus casas tuvieran una luz nueva.

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