LA CIUDAD
Port au Prince es polvoriento, bullicioso, sucio. Más parecido a un campamento provisional que a una ciudad auténtica.
Luego, a las pocas
semanas de andar por la ciudad y recorrerla en transporte público
comienza a cambiar la percepción y se hace evidente que son varias
ciudades en una. Port au Prince (PAP, como se la suele llamar aquí) es
una masa de dos millones de habitantes hacinados en centenares de miles
de infraviviendas. Pero la ciudad en sí tiene también sus zonas.
La
parte baja, pegada al puerto, en centre-ville. Quedó muy destruida tras
el terremoto de 2010. Era el centro de toda la vida de la ciudad pero
se ha vuelto una zona peligrosa y llena de escombros. Aun así es
donde mejor se respira el ambiente caribeño de Haití. Las calles están ocupadas por puestecillos de objetos usados expuestos en el suelo, lo mismo zapatos, que ropa o batidoras. También quedan en pie algunas casas arruinadas con soportales y en algunas hay cuartos abiertos al público como barberías, casas de apuestas o tiendas de comestibles. Pero predomina el comercio provisional a ras de suelo. Vendedores de hielo que tapan los grandes bloques con mantas grises para protegerlos del calor tropical. Camiones cisterna que ofrecen agua potable ante una cola de chiquillos cargados de garrafas. Algún tenderete que vende cerveza "Prestige" enfriada en neveras de plástico y botellitas de ron "Betancourt" expuestas al sol. Otros de comida, donde las mujeres se afanan entre a un caldero con sopa de calabaza o fríen mimosas sobre un hornillo de carbón. Es cierto que todo eso viene aderezado por una capa de basura que cubre la calle y frecuentes canales que sirven de alcantarilla al aire donde flotan aguas residuales, excrementos y desechos varios, todos malolientes. Sin embargo, centro-ville sigue siendo una zona alegre, viva, llena de actividad.
donde mejor se respira el ambiente caribeño de Haití. Las calles están ocupadas por puestecillos de objetos usados expuestos en el suelo, lo mismo zapatos, que ropa o batidoras. También quedan en pie algunas casas arruinadas con soportales y en algunas hay cuartos abiertos al público como barberías, casas de apuestas o tiendas de comestibles. Pero predomina el comercio provisional a ras de suelo. Vendedores de hielo que tapan los grandes bloques con mantas grises para protegerlos del calor tropical. Camiones cisterna que ofrecen agua potable ante una cola de chiquillos cargados de garrafas. Algún tenderete que vende cerveza "Prestige" enfriada en neveras de plástico y botellitas de ron "Betancourt" expuestas al sol. Otros de comida, donde las mujeres se afanan entre a un caldero con sopa de calabaza o fríen mimosas sobre un hornillo de carbón. Es cierto que todo eso viene aderezado por una capa de basura que cubre la calle y frecuentes canales que sirven de alcantarilla al aire donde flotan aguas residuales, excrementos y desechos varios, todos malolientes. Sin embargo, centro-ville sigue siendo una zona alegre, viva, llena de actividad.
Luego, subiendo la ladera
de la montaña, la ciudad se convierte en Delmas. Es una área
residencial en torno a la gran avenida que conecta todo. Calles
polvorientas sin asfaltar. Mucha menos actividad, como siempre se fuera
de paso. Está plagada de suburbios de chabolas y ranchitos a cada lado,
que se extienden por los lados de las colinas como en un paisaje de
belén navideño, sólo que más pobre.
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