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23 enero 2013

Whales and diving

Sentado en el promontorio de tofihno. Justo a los pies de la estatuilla muy comunista de un puño cerrado y africano. Ante mi se extiende inmenso el océano Índico y justo delante mía varias manadas de ballenas jorobadas pasan en su emigración anual. Del sur al norte. Hace un día de viento.
Adonde quiera que uno mire en la mar saltan penachos del agua que estornudan las ballenas.
Aquí y allá unasombra oscura emerge de pronto sobre las olas. Algunas saltan o dan un coletazo y el agua a su alrededor se vuelve blanca de espuma.
Montones de ballenas que viajan y es un espectáculo conmovedor verlo desde lo alto de este promontorio frente al mar. El viento nos trae minúsculas gotas de agua.

Hace unos días hice submarinismo por primera vez. Mientras preparaba mi primera inmersión en aguas abiertas una ballena jorobada dio un salto a unos pocos diez metros de la zodiac, que tembló como un barco de papel. Luego nadó con su cría por debajo nuestra, casi rozándonos con el lomo.

Luego, tres días despues volvíamos de otra inmersión cuando a lo lejos vimos un tiburón ballena y la gente se tiró automáticamente de la barca, todos con su snorkel, nadando hacia ellos. A mi me costó un poco más, porque no terminaba de fiarme de un bicho tan grande. El caso es que iba rezagado, nadando con el tubo e intenando alcanzar a dos compañeros  mucho más ágiles y valientes que ya estaban alrededor del tiburón.
De pronto el animal hizo un giro inesperado y se encaró hacia mi. Vi venir esa mole de más de cinco metros y alguna tonelada, con la boca enorme y abierta, directamente hacia mi. No tuve tiempo ni de tener miedo. Casi ni de pensar. Me limité a quedarme quieto bajo el agua, más pasmado que asustado. El bicho siguió lanzado hacia mi y sólo cuando tenia el morro a unos quince centímetros de mi cara dio un giro elegante; como si me hubiera inspeccionado y visto que que no era interesante me dejara de lado.
El cuerpo de estos tiburones es pardo, plagado d emultitud de manchas oscuras. Todas, una a una, fueron desfilando a un palmo de mis gafas de buceo. El bicho no terminaba de pasar nunca, o sería que el tiempo se me hizo largo. Me sentí como un conductor parado en un paso a nivel que observa pasar un tren que parece que no acabara. Pasó también la aleta dorsal, tan de tiburón y de refilón vi venir la cola amenazante. Esquivé ese coletazo por pocos centimetros y vi irse al animal, como si tal.
Más relajado ya, comencé a nadar hacia la barca con ganas de salir del agua cuanto antes. de pronto oi gritar como locos a los companeros desde el bote. Me avisaban de que un segundo tiburón venía hacia mi. Metí la cabeza de nuevo bajo el agua y lo vi pasarme, cuan largo era, por debajo. Esa vez sí que tuve miedo.

La naturaleza a la altura de la superficie es mucho más brutal, más dura. Nada que ver con el fondo del mar donde los peces de colores, los corales, las tortugas y todo lo demás forman sinfonías delicadísimas, de colores y de sutilezas.

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