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02 diciembre 2011

Piccola passeggiata veneziana

 Al llegar al aeropuerto, ya en Italia, me anunciaron que el avión con el que tenía que enlazar iba a salir nada menos que con once horas de retraso. Afortunadamente estaba en Venecia, así que lo que iba a ser un día de trabajo se convirtió en una jornada paseando de nuevo por la ciudad de Corto Maltés. Un miércoles de noviembre.
Hace años pasé a menudo por venecia en el camino de ida o vuelta a alguno de los campos de refugiados de Yugoslavia en los que trabajé. No imaginaba que esa experiencia hubiera marcado tanto mi percepción de la ciudad. Sin embargo, mientras me acercaba a la laguna véneta sentí que Venezia ahora huele a Croacia. Al puerto deSibenik en invierno y los barcos que salen, si el viento lo permite, hacia las islas Kornati cargados de puñados de paisanos. Inviernos de fríos, de bracos ventosos y dalmacia. terminales de autobus heladas por la noche y la muva, la barquita que me llevaba, sentado sobre mi mochila, con el tuftuf de un motor envejecido.
Me doy entonces cuenta de que Venecia es una de esas ciudades que cada uno construye para sí. Este miércoles helado es una ciudad liberada de turistas y empiezo un paseo por mis venecias.

Las escaleras del tren
Siempre he dicho que a venecia hay que llegar por tren. El ruido de los viejos vagones vacios de la Ferrovia dello Stato al pasar por el larguísimo puente es el mejor preludio. luego, al salir de una estación como todas, venecia te golpea en la frente, inesperada y plena.
Desde la escalera de la estación de Santa Lucía la ciudad se muestra, activa y cotidiana. Gente que pasa, barcas por los canales, vendedores, vaporettos, cargadores.En esas escaleras nos dábamos cita de un año para otro. Uno podía pasar uno o dos días sentado en ellas esperando que el otro llegara en tren desde su país. Ambos lejanos. hasta que de pronto, al cabo de las horas, una mano te rozaba el hombro y allí estaba, sonriente con su mochila.
también, más de una vez dormimos en el soportal de la escalera donde cada noche se instalaba una hilera de sacos de dormir, hasta que un año la policía o las autoridades lo prohibieron.

El cuerpo de Santa Lucía
La iglesia de está ahora más limpia y, sobre todo, más luminosa de como yo la recordaba.
hace años era un lugar sombrío, lleno de polvo que podía llegar a causar miedo si se visitaba al atardecer.
No han cambiado las uñas de los pies dela santa. Recuerdo cuánto me impresionaron la primera vez que los vi. Los tobillos y los pies están, de por sí, menos incorruptos que el resto del cuerpo, pero los agujeros en la piel acartonada llaman menos la atención que el tamaño desproporcionado de las uñas. Impresionantes.
Me pregunto qué pasó con sus ojos. Cómo es posible que lo más señalado de la Virgen Santa de Siracusa (palabras que pueden colocarse en el orden que uno quiera y siempre la definen) nunca se encontraran.  Quién sabe si se venerarán, como dos pasas resecas, en alguna aldea siciliana perdida.
Charlando con una señora que vive enfrente, en una callejuela de la plaza de Santa Lucía me cuenta que en ocho días vendrá la confirmación definitiva del invierno, el día de la santa, que tiene fama de ser el más corto del año.

Arrabales funerales
Cruzo la plaza del guetto nuevo y me pierdo por cannareggio. Hace rato que no me cruzo con ninguno de los escasos turistas que quedan este año en la ciudad. En Santa María del Orto, uno de mis lugares cortomalteses preferidos, me encuentro un funeral. Una señoras me cuentan que el muerto era un chico joven, director de un grupo de montañismo. Varias adolescentes, sin duda del club, lloran desconsoladas cuando el féretro se aleja por el canal, en una barca negra cuajada de flores.
Los viejos casi no lloran y entre ellos el ambiente es de acto social. Luego me encuentro con una esquela pegada en la pared anunciando el entierro. La familia pide cambiar las flores por eventuales donaciones a una misión en Sierra Leona. mientras camino por la Fondamenta dei Mori, donde vivía tintoretto y donde Hugo Pratt escondió una esmeralda de Salomón, me doy cuenta de que a lo lejos, tras venezia, se ven los alpes.

Cittá vecchia
En el campo  de San Pedro y San Pablo hay que comerse un pastel. incluso un helado. Ha sido siempre un lugar hecho para las tardes tranquilas de otoño, cuando incluso Venecia se convierte en un pueblo donde la gente se saluda y se sienta a tomar café y pasteles. Al atardecer la plaza se llena aún de masas de niños que juegan a la pelota en la fachada del Hospital Civil.
El hospital civil es el edificio más veneciano que conozco. Grandioso y decadente. Un enorme ambulatorio de la seguridad social lleno de columnas, claustros ruinosos y patios inmensos y destartalados. Lleno de gatos que corren entre los pies de los pacientes que esperan la cola del médico.
El campo es la entrada a mi Venecia más real. Cuando hace años parecía que Venecia se iba a perder, esta zona resistió. El turismo y el pijerío estaban creando una ciudad elegante, limpia y cara que se parecía cada vez más a un decorado falso de ciudad. Casi vacía de gente real. Sin embargo aquí, al este, detrás de San Marcos resistió la ciudad decadente y sucia. La ciudad habitada.
Está llena de colegios e institutos. Hay adolescentes ocupando las calles, montones de tiendas, casas de apuestas y estancos.
Los turistas jamás se aventuran más allá de la calle de los griegos, donde las tiendas de souvenir se disuelven en ferreterias. Quizás porque esta parte de Castello, aunque este trufada de canales y puentes, se parece demasiado a cualquier ciudad de provincias. Más vieja que antigua. Perfecta.


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