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06 agosto 2011

BLACK CITIES

Por fin Bangkok. Cae la tarde sobre una pagoda al otro lado del rio. Pasan barcos cargados de pasajeros y yo me he pedido un martini, que pegaba mucho con la vista y la hora, pero que al final esta salado y resulta casi imbebible.
 Bangkok esta llena de ciudades distintas escondidas en una sola. Pero es algo que uno toma un tiempo en descubrir.
Al principio Bangkok era otra cosa. Hay ciudades a las que uno llega ya con una idea hecha; yo llegue cargando con Vazquez Montalban. Me esperaba un lugar de crimen y mafias y un paisaje de edificios gigantescos. Y ha tratado cuatro o cinco dias en encontrar nada de eso.
Mi primera sorpresa fue, precisamente, la falta de sorpresa. No parece un lugar diferente de cualquier otra urbe del sudeste asiatico. Incluso de Indonesia. Avenidas destartaladas, colores grisaceos, trafico, callejuelas sucias, artesanos, tiendas, ajetreo de gente siempre trabajando pero siempre tranquila. Ni siquiera hay gatos peludos o hermanos gemelos unidos por el hombro. Sin embargo, detras de ese paisaje frecuente y de las pagodas y los puestos de comida callejera hay una tanda de ciudades secretas.
La primera ciudad secreta se nos abrio paseando tranquilamente por oriental river. De pronto, al lado de chinatown, se nos aparecio el pasado colonial. La puerta de entrada a Siam. Primero el majestuoso edificio de la East Asiatic Company, sobre el rio, convertido en guarida de oficinas pero impresionante aun. Luego, un poco mas allas, llegamos merodeando a lo que fue el edificio de la aduana. Es grande y parece por completo abandonado hasta que entre las ruinas aparece de pronto una sarta de molinillos de viento hechos con viejas latas de refrescos. Y tras ellos, los bomberos. El edificio cobra vida, como las casas de las peliculas infantiles, y se llena de mangueras puestas a secar, uniformes reflectantes y bomberos que limpian los camiones o hacen cola para comprar un helado ante un carrito.
Hay otros Bangkoks. El de Siam Square y los grandes mall llenos de tiendas diminutas vendiendo milleres de copias de ipods y otros artefactos.
El de los barcos de linea por el rio, rapidos, eficaces y cargados. Son piraguas largas y veloces  (nada que ver con los ferries de Estambul) que te llevan siempre a tiempo a cualquier lugar. Luego descubrimos tambien una red de piraguas aun mas rapidas que van por los canales y funcionan como un metro fluvial. Un mundo loco y bien organizado. Te llevan a cualquier sitio entre la espuma del agua estancada y pestilente, pero sin atascos. Y disfrutando de la parte trasera de miles de casas bangkokitas, que vierten a los canales.
El de los teatros de mascaras, con los personajes caracterizados tan perfectamente que a uno le parece estar delante del propio rama en persona luchando contra las fuerzas del mal a lo largo de los tres mundos. Mucho mas eficaces, en terminos de propaganda, que las pinturas de los templos: no hay nada mas convincente que poder oir, oler y tocar a un Dios.
Tambien hay un Bangkok oculto en los restaurantes donde los occidentales raramente ponen un pie. No solo los deliciosos kioscos de comida del mercado de soi pradet. Tambien los restaurantes parados en el tiempo, con mesas de madera y austeros aires setenteros que solo sirevn un plato. Y por encima de todos el Thik Samai, que es un sitio sin ninguna gracia, con mesas de aluminio y paredes alicatadas en blanco. Pero siempre lleno a rebosar. Los mejores noodles dulces (samai) de la ciudad y un sitio lleno de familias, amigos, gente que te llena de ternura y paz. El cocinero no para de hacer woks y mas woks de samai, entra calor y carbonilla del fuego, la gente colapsa el establecimiento y uno solo tiene que relajarse.
Asi que al atardecer uno se sienta junto al rio a disfrutar de un martini salado y de la pagoda inmensa  y empieza a pensar en los montones de ciudades que nos perdemos.
Por cierto que Vazquez Montalban murio en el aeropuerto de Bangkok. Pero no hay sitio donde dejarle unas flores.

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