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04 agosto 2010

IRÁN, AÑO 2000 (previaje de viejo)

Ahora que estoy a punto de salir hacia Irán quiero recuperar algunos trozos del cuaderno de viaje  que escribí por allí hace diez años. En 2000, exactamente. Haciéndome viejo, ya siempre vuelvo adónde he estado :

27.
Las calles de Teherán, menos caóticas de lo que cuentan viajeros impresionables, son las de una ciudad demasiado rica. Es un lugar en el que domina la profundidad sobre la superficie. Incluso debajo de la  perspectiva más banal puede intuirse siempre una vida densa escondida: tras la gente que pasea o sentada a observar en cualquier plaza. Tanto, que se hace extraña la sensación de estar aquí sin nada que hacer, sólo de paso. O de visita.

Las montañas vigilan Teherán. Son montañas peladas, de color claro y visibles desde toda la ciudad. Evocan tiempos de caravana y amenazan invasiones. Montañas asiáticas, tan distintas de las nuestras.

29.
Estéticamente es un país al gusto del Presidente Aznar: están de moda los peinados desfasados y los bigotes.

Leo la sura II.64 y dice "tu mujer es un objeto que te pertenece. Usa tu objeto cada vez que quieras". Lo malo no es la traducción, lo malo es que se lo han creído.

01.
¿Esfahan azul? en realidad parece más bien un pedazo de azulejo coloreado en mitad del desierto: flores amarillas sobre fondo azul. Todo apenas manchado por el polvo claro del desierto.

02.
Nadie diría que este país es un desierto.
El jub, las fuentes, los estanques y los grifos están por todas partes. Siempre hay a mano, para beber, una fuente metálica de esas que enfrían el agua. En cada patio diminuto hay siempre una fuente pintada de piscina. En algunas çainise la sirven en botellas redondas de barro helado. En otras se bebe en un cuenco escaso. El paisaje, en cuanto se aleja uno de cualquier ciudad, es puro desierto. Pero en el país se vive rodeado de agua. Ha sido así siempre, hasta Marco Polo se quejaba del calor y se regocijaba de las fuentes.

06.
Hay días malos y días buenos. Días en los que todo se tuerce y el viaje se vuelve sucio o peligroso, y días en los que todo se resuelve solo. Entonces uno acaba como ahora, sentado en un jardín.
Apenas quedará entre estos parterres y estos estanques un recuerdo de aquéllos en los que Saadi escribía. Aquí mismo, sin embargo, escribió Golestán, que han traducido como la rosaleda, pero que significa el lugar de las rosas. Un lugar grande y acogedor.
La tarde, al caer, trae un eco de muacines. "La flor espera, sonriente, tardes de libros y vino junto a la mujer amada". Antes la poesía persa era toda de vino y mujeres, será por eso que Alá los castigó y lo prohibió todo.
Frente a mí hay varios setos de crisantemos enanos. Aún no es tiempo de esa variedad de margaritas, pero las plantas tienen ya un verde prometedor. Y se está nublando el cielo. "Botones de crisantemos, cómplices descarados del disfrute de tardes de la más profunda diversión. Qué están por venir."
Saadi (y Hafez, y Khayam) lo habrían escrito mejor, pero aún así, parece que se mantenga aquí cierta atmósfera inspiradora.
O será que hay malos días que se convierten en buenos.


08.
El inmenso desierto de Dasht-e-lut. Escribo bajo la tormenta de arena. Los oasis también son desierto. Entre los palmerales y entre los muros de adobe corre el mismo viento cálido y arenoso que fuera y hace el mismo calor que en la llanura desolada. El adobe rezuma calina y es mal día para quien sufra de conjuntivitis. A mediodía arrecia la tormenta, se vacían las calles y sólo quien está aquí de paso soporta los golpes de arena y sol. Oasis.

Todas las ciudades abandonadas se parecen. Lo mismo Bam, que Ani, Mistrás o Monemvassia. Y hasta la mismísima Pompeya. Ladrillo, piedra, polvo y vacío. Mucho vacío. Nada más.

El desierto de los tártaros. La inmensidad de este desierto que miro es mucho más real que en el libro de Buzzati o en la película, aunque se rodara aquí.
El horizonte está hoy brumoso por el sol y las nubes de polvo y aún así se controla todo el oasis desde estas torres. Así se vigilaba la ruta de la seda.
En el filo donde acaba el palmeral y empiezan las montañas es demasiado fácil imaginarse la hilera de la caravana, temerosa al aproximarse, del poder de Arg-é Bam.
¿Cómo pueden este desierto y este calor atraer a tantas hordas? Ejércitos devastando y peleando que surgen de la propia devastación natural.
Debe existir cierta comunión entre los terrenos y los caracteres.

11.
Un trenzado de palmera para avivar las brasas. Un kilo de azúcar solidificado con forma de supositorio. Una cabeza de carnero que mira fijamente. Cosas del país.

El oasis es un ecosistema curioso. Crece en invierno y en verano encoge, cuando con la calor el desierto recupera sus espacio. El campo se seca justo a tiempo de que se recoja la cosecha de cereales, y con la paja que resulta se hace el adobe. Todo se usa, como el agua del qanat.
El qanat es un río subterráneo que florece en el desierto y a su alrededor se usa una ciudad. El mismo agua, el mismo canal, se usa primero para beber, despues para lavarse, a continuación para el hamán, despues para lavar y por último para que beban los animales. Otro ecosistema, pero humano. En Yazd todo tiene siempre explicación.

13.
Al atardecer el último sol iraní llena de aristas el paisaje. Incluso los contornos más suaves se vuelven extremos. Y en esa luz de contraste la gente sale tranquila a pasear, como hormiguitas.




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