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20 agosto 2010

ASIAN EXPRESS

El Asian Express sale los miercoles de istambul  y llega a Teheran en domingo.
Esta si que es una manera decente de empezar el viaje. Es Istambul meriendo en la cantina de un hospital, al borde del Bosforo y desde alli llego en ferry al atardecer a la estacion de Haydar Pacha. Es un edificio coqueto, precioso y acogedor. Lo construyeron los alemanes como enlace entre Berlin y Bagdad. Tiene un bar que da al mar, como deberian ser todos los restaurantes de estacion del mundo.
El viaje.
Asia empieza en Anatolia. Por si hubiera alguna duda basta con mirar las mmontanas peladas que pasan por la ventana y casi parecen ya un anuncio de las estepas kazacas. Eso si, aun hay entre medio campos verdes de trigo y arroyos y remolques cargados de gente colorida que me recuerdan mi pueblo y mis campos turcos. Despues uno llega al Kurdistan y es un desierto con montanas lejanas y oasis espaciados. Esta claro que los kurdos no luchan por otro paradiso mas que el de la libertad de ser uno mismo. Un destacamento de soldados armados se instala en el tren irando afuera con desconfianza. En los pueblos, una muchacha espanta a un grupo de pavos para bajar a la fuente y debajo de cada torre de luz hay una ciguena muerta.

Llegamos a tatvan. El bar de la la estacion de ferries junto al lago no ha cambiado nada en estos dieciocho anos desde que un abuelo turco me enseno aqui a jugar al backgamon. Sigue siendo una cantina basica donde l;os viejos se sientan a mirar llegar y salir los barcos. Hasta el manter polvoriento y los vasos pringosos parecen los mismos de hace anos.
Desde el lago es evidente que Tatvan  se ha colado casi empujando en una breve cornisa entre las montanas y el lago. Y por encima de la ciudad el volcan inmenso, presionando. Al pisar el barco los pasajeros del tren se han transformdo. todo el mundo se ha vuelto mas sociable y mas locuaz y el ambiente de camaraderia hace que pronto se formen grupos donde se charla en varios idiomas. Atardece y las cubiertas del barco se llenan de senoras y nninos sentados encima de alguna tela, sorbiendo te y charlando felices y pacificos frente al sol que se pone.
Mientras esperamos en Van a que llegue el tren irani que sustituye al turco hablo con Marzad. Es kurdo y ha montado aqui un jardin de te. De joven era pastor, despues estuvo un par de anos en la carcel por apoyar al PKK y finalmente se instalo en este bar bordeando el lago. Enm cuanto los policias turcos que venian en el tren se van el pone en los altavoces un himno guerrero de Ahmet Kayan. Le cai bien por reconocer esa musica y me ofrecio unas hojitas parecidas al cilantro que planta en una maceta en la puerta del bar. Dice que es el perejil kurdo.
Mas adelante la frontera entre Turquia e Iran pasa por un desfiladero en mitad del desierto polvoriento. En lo alto hay una ciudadaela semi derruida. Esta amaneciendo y por las colinas las ovejas se extienden como mliendres. O como pulgones. Al entrar en Iran lo primero que vemos es un nino arreando a unos terneros por la carretera. Nada que ver con la primera vista del pais de quienes se bajen en el aeropuerto de Teheran.
Al atardecer el restaurante del tren irani es uno de esos lugares que conmueven con la magia del instante delicioso y suave. Las conversaciones son sofocadas. Cuatro personas juegan sonrientes a los dados. Una pareja se hace confidencias en otra mesa y en otra mas una adolescente lee solitaria. Por las ventanas se filtran praderas amarillas y la luz anaranjada del atardecer. Es un oasis de tranquilidad.
Ese mismo restaurante por la noche se vuelove el cnetro social del tren. Los viajeros, que estan ya casi en su cuarta noche juntos, charl;an de mesa a mesa. Algunos se comen la lata de atun que los ferrocarriles irnies nos regalan de cena y otros miran el partido de futbol en un televisor que los camareros han conseguido sintonizar de milagro.
Al amanecer, al llegar a Teheran, la estacion  son montones de despedidas, abrazos e intercambios de direcciones. Uno pone el pie en Iran esta vez mejor que nunca. Lleno ya.

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