De hecho, viajo a las islas griegas, esencialmente, para sentarme en una terraza a ver pasar. La gente, el tiempo, las nubes…lo que sea. El placer de estas horas inmensas sentado en un microcosmos acogedor tiene poca comparación.
Las terrazas isleñas son acogedoras por lo simple. Tan simple que todas tienen las mismas sillas de madera y las mismas mesas cuadradas; así que a simple vista uno no sabe si se sienta en un café, un restaurante, una casa de comidas o, más probablemente, una taberna. Pero da igual.
El que sea en las islas tiene su razón de ser. En cada isla, hasta en las más elegantes, hay un café donde paran los viejos, esencialmente marineros. A menudo ese mismo café sirve de delegación de una compañía de ferries y hasta de tablón de anuncios y casi de Ayuntamiento. Tengo debilidad especial por las terrazas de ese tipo, llena de viejos viendo pasar el día, frente al muelle de cualquier isla. En las paredes calendarios de las compañías de ferries y cartas naúticas muy descoloridas.

En las tabernas griegas he aprendido muchas cosas, pero hay dos que en estos lugares casi distinguen al viajero del turista: a beber ouzo con la comida y a tomar el pulpo siempre con vinagre.
Por eso, las tierras de dónde vengo parecen aquí bárbaras: que lo de tomar el anís seco y antes de comer se tiene por una excentricidad. aquí, como debe ser, el ouzo se bebe con mucha agua y hielo, y acompañando la comida. hay que acostumbrarse. En cuanto a lo del vinagre en el pulpo, es un descubrimiento en medio de tanta globalización a la gallega.
Por eso, las tierras de dónde vengo parecen aquí bárbaras: que lo de tomar el anís seco y antes de comer se tiene por una excentricidad. aquí, como debe ser, el ouzo se bebe con mucha agua y hielo, y acompañando la comida. hay que acostumbrarse. En cuanto a lo del vinagre en el pulpo, es un descubrimiento en medio de tanta globalización a la gallega.

Syros es una isla sencilla. excesivamente sencilla. Quizás porque para mi gusto en Syros de todo hay en exceso. Demasiadas terrazas frente a un muelle demasiado largo. Demasiadas playas. Demasiadas iglesias, y encima muchas, católicas. La isla tiene su Chora, como todas, pero este pueblecito encrespado está demasiado cerca aquí del puerto. Lo suyo es que el laberinto de callejuelas en torno a una colina estuviera, como en todas las islas, algunos kilómetros más al interior, pero no hay manera. Hasta el puerto es demasiado grande, y hasta tiene nombre, Ermopouli. Demasiado largo.
Por la noche, desde el puerto, la colina de Chora y la colina de Ermopouli parecen dos tetas iluminadas.
En sitios como este uno podría irse a cualquiera de las playas: a Azolimnos, recogida y accesible; a megas Gialos básica y suave; o la de los delfines, que con el encanto de la inaccesibilidad y sin pueblo encima. Podría hacerlo y acabará por hacerlo, por el calor. Pero ningún baño pega tanto como sentarse en una taberna. En Syros las playas son para un chapuzón refrescante y volver a la taberna, a jugar con los dados y las fichas. bebiendo distraido un ellenikós. Que tiene gracia que para pedir un café 'turco' aquí se pida simplemente 'un griego', que en mi tierra sería otra cosa. Por si las moscas yo lo pido siempre 'glukós', o sea dulce. Porque una de las cosas que aprendí de mi vida bosnia es que los ortodoxos al hacer el café echan el azucar en el cazo junto con el agua. Los musulmanes prefieren dejar el terrón al lado. Todos sabemos, por cierto, que sólo se puede leer el futuro en los posos sin azúcar, así que el café griego resulta poco predictorio, pero, como todo café de cazo y posos, asienta el alma.

A los viejos marineros les crece la barba rala y se les cae la ceniza del cigarro, sentado absortos en la taberna del puerto. Los más hiperactivos juegan con su komboloi con aires mercantiles y las señoras señalan con el mentón. Un pequeño paraíso donde colarse.
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