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08 mayo 2008

Otro África


Hay un África a la que no es imprescindible venir con la profilaxis del paludismo. Es el África blanca de embajadas y hoteles. Incluso ésta es primitiva básica y sucia; el decorado es el mismo, pero apenas tiene nada que ver con las aldeas, los niños que jamás han tocado a un blanco, los bares polvosos y los taximotos. La comunidad de extranjeros de Yaunde (así se dice aquí, sin acento) vive en un África bastante menos mísera que la yo conocía. La mayoría de los amigos que he encontrado aquí viven en casas decoradas en Ikea (española) que tienen ventanas de aluminio con mosquitera, van con chofer, se duchan con agua caliente. Y aquí he llegado.
Incluso para ellos el decorado, es evidente, sigue siendo África. Las carreteras y calles son las mismas. A todos les pican los muc-muc (una especie de chinches de la ropa que crían confortablemente en mi cama). Todo el mundo –espero que hasta la embajadora- prueba de vez en cuando la especialidad del país: el pollo Directeur Géneral. Lo contrario a las papas a lo pobre, al menos en nombre, porque en realidad no deja de ser pollo asado en salsa. Las omnipresentes telenovelas de magia negra (negra) no las ven, sólo la BBC y la TVE satélite mediante. En todo caso, incluso viviendo así, siempre queda un resto entrañable del continente: ni siquiera en mi hotel ampliamente decente (en el sentido más africano del término)se ve mal que los platos de comida traigan algunas hormigas correteando por ellos.
Yo he llegado al país a hablar sobre la reforma de la Constitución española y el azar ha querido que lo haga menos de un mes después de que el querido Presidente Biya (querido, al menos, por la fuerza de la costumbre, ya que lleva en el poder desde 1982) consiguiera que el Parlamento aprobase la reforma de la Constitución camerunense para prorrogar su mandato más allá de los catorce años previstos como máximo. La medida –junto a la subida de precios- provocó hace un mes unos graves disturbios que sólo se calmaron a base de disparar a la gente (más de cien muertos, al parecer). Los diputados, sin embargo, no dudaron. Quizás porque el Presidente aprobó un crédito especial para darles, si aprobaban la reforma, diez mil euros a cada uno para comprarse un coche y otros mil quinientos de propina. Creo que he llegado tarde, quizás hace untar de semanas me hubiera tocado algo en el reparto… que al fin y al cabo he venido de gratis, como voluntario constitucional y la embajadora –en el más puro estilo diplomático- no me ha dado ni las gracias: en vez de eso tuvo un ataque de histerismo al inicio de una de mis conferencias porque yo no había traído mi currículo impreso (cuando le dije que nadie me lo había podido contestó chillando que ella no puede estar en todo)y otro al enterarse de que me habían pedido hacerla en francés en vez de español. Una persona curiosa.
En todo caso, Camerún a primera vista es bastante menos pobre que Benin, Togo o Burkina Fasso. Que hasta en la miseria hay grados. Aquí hay gasolineras de verdad, en vez de botellas de gasolina a pie de ruta. En las ciudades (en vez de Cotonou-Porto Novo, aquí se llaman Douala-Yaundé, pero el dualismo es idéntico) hay edificios grandes aunque sean pocos. En los restaurantes incluso hay gastronomía: es fácil encontrar sitios donde comer pollo, ternera, pescado y hasta gambas. Nada que ver con la masa nutritiva que es el único plato en cualquier local de Benin. Los que han visitado el norte del país dicen que allí todo es más beninés. Y puede ser cierto, que por algo dice aquí todo el mundo (ya me lo advirtió Marta una noche cenando en su casa madrileña) que Camerún es una África en miniatura: tiene costa, selvas, montañas, pigmeos y hasta desiertos.
A mi me lo han contao, pero yo no lo he visto. Sólo me escapé de excursión a un lago en mitad de la selva. Fuimos en piraguas hechas con troncos vaciados, entre los nenúfares, hasta un extremo del lago y entramos en el bosque. El chico que nos guiaba hablaba de la selva como en las películas de tarzán, contando historias de chimpancés y leones. Nos llevó hasta un árbol inmenso, una especie de caoba roja de más de sesenta metros. Las primeras ramas estaban más altas que un edificio mediano. El chico nos contó que los frutos son muy dulces pero no hay manera de comerlos… a no ser de las termitas que se caen después de devorarlos. Recordé entonces que justo el día antes yo me había comprado en el mercado de Mokolo un cartucho de termitas asadas picantes. Así que le pedí la receta:
Bajo el gran árbol de caoba se recogen en octubre, al final de la temporada de lluvias, las termitas que caen. Justo en ese momento los frutos están maduros y los insectos gordos, tanto que se caen. Se recogen del suelo. Se limpian con un cuchillo afilado sacándoles ese nervio central duro y verde que contiene los órganos. Una vez limpias, se echan en una sartén con grasa de coco que se pone sobre una lumbre suave. Entonces se encarga a un niño que se quede un rato largo cuidando la sartén… para que no se las coma el gato. Cuando se van tostando y comienzan a estar crujientes, se añade picante. Mucho picante. Las que yo probé picaban en la boca, el estomago y hasta al cagarlas. Se le añade cebolla, y ya están listas.
Además de esta receta, el guía nos contó algunos consejos. Entre ellos para intentar que el vino de palma no endulce. Insistía en que el vino de palma ha de estar amargo para que no lo prueben las mujeres, que si no se lo roban pa ellas.

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