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11 diciembre 2007

AL FINAL

Al final nunca pasa nada. Al final todo pasa. Es lo que tiene el lenguaje y la vida en general, que hasta la contradicción más evidente puede entenderse como un sinónimo. Al final el 10 de diciembre no ha pasado nada, o todo. El status sigue indefinido, la independencia parece que se posterga a despues de febrero para no enturbiar las elecciones serbias. Mi amigo que trabaja para la OSCE, absolutamente sincero, ve un error apoyar a los moderados en Serbia; en su lógica guerrera lo ideal es que ganen los ultranacionalistas, para que se pongan en evidencia aunque sea con cadáveres de por medio. Sin embargo la mayoría de la gente, por la calle, lo que quiere es paz. Paz significa pan y luz. No la luz de la sabiduría -o sí, yo que sé, tampoco lo he preguntado- sino la que permita tener un frigorifico o una estufa.

El día de la manifestación pasó con poca pena y con gloria ficticia. Pena ninguna. Miles de periodistas recorriendo las calles de Pristina en busca de su manifestación. No había quien la encontrara, oiga! En la ciudad todo el mundo hacía su vida de cada día, gente de compras y de gestiones, un grupo de estudiantes saliendo de la universidad comentando sus trabajos, otro entrando en la mensa. La gran manifestación por la independencia la habían convocado "los estudiantes". Y efectivamente, al final los encontramos, trece muchachos con camisetas blancas y una pancarta en una esquinita de la facultad de filologia gritando por la independencia. En el camino al centro a la marcha se le unieron por lo menos, por lo menos cien personas mas. Y cien periodistas. En total unos doscientos seres más o menos humanos, la mayoría pintorescos: aparte de los estudiantes con camiseta había algunos abuelos disfrazados de kosovares con sus medallas y sus gorros, posando para los fotógrafos (enorme parecido con esos señores vestidos de romano que en Roma se ponen delante del coliseo para las fotos), un tipo con uniforme de camuflaje, algunos excomunistas venidos de una aldea y tres o cuatro antiguos combatientes (de la primera o segunda guerra mundial, por lo menos, no de la guerra contra los serbios) que acabaron peleándose a gritos entre ellos por ver quien era más viejo. Ah, bueno, y por lo menos treinta chavales de un colegio, muertos de risa y tirando petardos. Un show.

Un show como los de la tele, vamos. Los periodistas de medio mundo enseñando a una señora de pueblo a levantar el pulgar para la foto y a uno de los excombatientes a decir "yes" cuando le preguntaban en un inmglés que no entiende. Con esa misma impunidad los periódicos del mundo mundial hablaron al día siguiente de miles de kosovares manifestándose, pero aquello era un minigrupo folclórico del que la gente que pasaba no hacía más que reírse. Señal de varias cosas: 1-que los kosovares tienen más sentido del humor del que parece; 2-que el gobierno mafiosente kosovar no quiere todavía declarar la independencia; 3-que no tendría sentido mandar a un corresponsal a pristina sólo a emborracharse, que además tiene que reunir a miles de independentistas.
Los demás nos quedamos, al final, con las ganas de ver fiestas de independencia, que son siempre momentos emotivos (no grotescos como el de ayer) e inolvidables, con sus himnos, sus discursos y sus masas catárquicas. A cambio montones de trabajadores se cogieron un día de vacaciones, el shopping de Pristina se llenó y nosotros nos dimos un paseo nocturno por la ciudad. En Kosovo de noche huele a humo de chimenea y a frio húmedo, todo junto.

Antes de irme, por eso de que era el final, quisimos tomarnos un café turco y que yo les volviera a leer el futuro a mis amigos (es uno de esos trucos que aprendí en Bosnia, de una abuela que fumaba con boquilla). Recorrimos más de siete bares y cafés en pristina buscándolo y no hubo manera; ni siquiera en los sitios decorados con fotos del kosovo otomano en blanco y negro encontramos algo que no fuera el esspreso italiano. Los camareros y clientes más entrañables nos miraron con cariño por buscar el café así, pero en un restaurante hubo incluso quien se rió de nosotros llamándonos anticuados. Al final no fue necesario leer el futuro, el futuro es el espresso, aunque sea con independencia.

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