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08 septiembre 2005

CUARTO EN MONGOLIA

En Mongolia a las águilas de cetrería se las libera cuando cumplen diez años. Y a pesar de que llevan casi desde polluelos cazando para el hombrea los bichos no les cuesta el menor esfuerzo volver a adaptarse a la vida en libertad. Eso mismo me pasa a mi, que después de semanas trabajando en el campo y con los huérfanos me adapto perfectamente a la vida de viajero ocioso. Asi que nos hemos venido al lago Jotsgol, en la Siberia mongola. Es un inmenso lago de montaña, tan limpio que desde la superficie se ve con transparencia hasta los treinta metros de profundidad y tan grande que acumula el dos por ciento del agua de manantial del mundo. Y resulta que montar a caballo no es tan fácil como una creía y que después de las primeras ocho horas cabalgando en una de estas sillas mongolas de madera hasta al mas pintado le duele todo de cintura para abajo…y para arriba. Pero la sensación de poderío mientras el animal corre y uno da saltos, la vista sobre la estepa, las montañas, el lago… uno se apunta a ser mongol. Encima me han prestado un rabi, el traje típico de la tierra para montar a caballo, y en el buche cargo hasta 20 kilos sin que eso moleste para controlar al animal. Delicioso. Tanto como la comida `blanca` que el dan a uno cada vez que cansado se acerca a una yurta, uno dice chokoinoi para que sujeten al perro y lo invitan a sentarse. Y en verano en la yurta todo es leche: el airag de yegua, el yogur, el te salado, la mantequilla amarillísima de yak, el queso insípido. Te dan todo y en estas tierras ni se lleva decir gracias, uno come y se calla. Muy austero, muy en la línea de lanzarse a la conquista de Europa sin protestar. Los mongoles apenas protestan por nada. A principios del siglo veinte padecieron a los dos gobernantes mas locos de la historia y aquí se veía hasta normal. El Bodgo Kan, que de lama figurón impuesto por los manchures paso a rey poderoso y caprichoso. Coleccionaba elefantes y jirafas y conectaba una batería de coche a los pomos de las puertas para hacer correr la voz de que buda lo protegía con corrientes eléctricas. El otro, el barón loco. Un ruso que se creía la reencarnación de Gengis Kan (aquí, cualquiera con un caballo y un dedo de vodka) y tomo Urga (Ulan Bator desde al época comunista) a sangre y fuego.Pero no están locos estos mongoles. Saben mas de lo que parece. En mongol hermoso se dice `chika` y feo `mujer`. La pronunciación es aproximada, pero al idea se entiende…y eso que las guapas mongolas (pequeñas, delgadas, graciosas, finas, con curvitas, guapas) envejecen de maravilla. En fin, a orillas del lago no se conoce el asfalto ni para los aeropuertos y es la hierba lechosa la que freno los Antonov en los que nos llevan. Tardamos seis horas en recorrer cien kilómetros entre la capital de la provincia y la ciudad mas importante, con el chofer de una furgoneta repleta de gente (yo conté hasta veinte) haciendo suyo el poema de Machado e inventándose las carreteras. Pero no es mala la sensación de dejarse llevar como borregos. De hecho, Mongolia huele permanentemente a grasa vieja de cordero. En todas partes, lo mismo en un aeropuerto que una yurta perdida en un pastizal. Es un olor que se te pega a la ropa y que solo desaparece cuando al entrar a un templo se te llena la nariz de incienso ácido. No se que es peor.
En fin, sin agua (se baja al lago directamente con un cántaro para cocinar o beber), sin electricidad (mas que en una oficina decorreos de madera, sacada de Sisely, que tiene generador y hasta internet) y sin asfalto el viajero/jinete pasa dias sin ducharse ni afeitarse, pero perdido entre paisajes donde la vista no da bastante de si. E la nave va.

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