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14 agosto 2001

BENDITAS VENTANAS (A modo de introducción)

Empecé a viajar por mi cuenta desde bastante joven. En la década de los ochenta fueron sobre todo viajes y estancias por Europa: Francia, Bélgica, Alemania, Italia, Grecia... salvo en un par de trayectos de avión que me pagaron a Alemania e Irlanda, me movía en autobús o tren. De esos viajes recuerdo sobre todo el contraste con una España que apenas empezaba a desarrollarse.
A finales de los ochenta hice un largo viaje por Turquía occidental y otro por el sur de Marruecos. Fueron un modo de abrirme al mundo, de empezar a dejarme llevar por culturas muy diferentes en las que de pronto tuve la suerte de mezclarme.

Luego, en 1990, hice mi primer viaje a la Unión Soviética. Un trayecto en tren desde Sevilla a Moscú, pasando por diversas aventuras que me llevaron a dormir en apartamentos diminutos de amigos nuevos en Varsovia y Riga. Estuve un mes trabajando en las repúblicas bálticas, que aún no eran países independientes pero apuntaban maneras. Fue un viaje complicado y, seguramente por eso, iniciático. En un lago de Letonia, una mañana, se ahogó mi amigo Albino. Luego, en Leningrado, perdí todo mi equipaje -incluido mi pasaporte- por ayudar a un extranjero despistado. Al final, indocumentado en la URSS, tuve que repetir el trayecto en tren desde un Vilnius en plena revolución hasta Moscú- Allí permanecí quince días refugiado en la Embajada española hasta que pudieron mandarme de vuelta a casa.

Ese viaje me dejó para siempre con ganas de más. Al año siguiente pasé la primera parte del verano recogiendo maíz en un koljós ucraniano demasiado cerca de Chernóbil. De ahí me apunté a un proyecto en Suzdal, un pueblecito encantador en el anillo de oro de Rusia. En Suzdal nos sorprendió el golpe de Estado contra Gorvachov. Así que volvimos de prisa a Moscú, donde llegamos a tiempo de vivir la angustia de los tanques que pasaban encima de manifestantes y luego la alegría revolucionaria que siguió a aquello: la ciudad estuvo cerrada al mundo diez días, que nos pasamos entre manifetsantes que derribaban estatuas de Dzerzin o Stalin y bailaban en las calles.

Un año después volví a Turquía, a trabajar cerca de Trebisonda primero. Después recorrí la frontera con Irán y la Unión Soviética y el kurdistán turco. Acabé echando una mano en campos de refugiados en el norte de Iraq, que intentaba terminar la primera guerra del golfo. Era una zona controlada por los Peshmergás kurdos pero inestable e insegura, con armas por todos lados y tiroteos frecuentes.
De todos esos viajes apenas guardo algunas notas.
En 1993 fui a pasar dos meses en un campo de refugiados en plena Yugoslavia en guerra. En los siguientes cinco años mis únicos viajes fueron de ida y vuelta a casa desde Croacia y Bosnia. En 1999 cerramos nuestro último proyecto bosnio y nos fuimos al Kosovo recién liberado.
De toda esa década tampoco guardo demasiadas notas.

En fin, en 2001 dejo ese tipo de vida y ya existe internet. Así que ocasionalmente, durante mis viajes, empiezo a mandar emails a los amigos que se quedan en casa, contándoles como me va. Los emails dejan luego espacio a este blog, que empiezo en 2005, durante un viaje para trabajar en un proyecto de niños de la calle en Indonesia.
Salvo un par de excepciones anteriores recuperadas, las notas incluidas van de 2006 a la actualidad.

No son, ni mucho menos, todas mis notas de viaje. Simplemente los resúmenes que -en algunos viajes- voy escribiendo a partir de ellas para mantener la comunicación con los amigos de casa. Están escritos sobre el terreno. Muchos de ellos plagados de erratas, escritos con prisas en ordenadores que no tienen eñes ni acentos. Los he dejado así, tal y como fueron escritos en su momento. No intenta ser relatos de nada, pero sí que reflejan de algún modo trocitos de vida de cada lugar.


Un día, viajando en un tren en Azerbayán y escribiendo en mi cuaderno pensé que viajar es como mirar por las ventanas del tren. Benditas ventanas que nos dejan vivir otras vidas y visitar otros mundos.

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