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13 agosto 2014

Historias de Haiti (9): EL OLOFSSON

EL OLOFSSON
Si en Port-au-Prince hay algo a lo que pueda llamar institución es, sin duda, el Olofsson. En los años cuarenta Roger, heredero de una norteamericana que había alcanzado cierto éxito con el comercio, decidió montar un negocio al que pudiera dedicar su vida sin irse de Haití. Compró una de las deliciosas casas de madera sacadas de un cuento de hadas (gingerbread, llaman a ese estilo de casa de galletas)que caracterizan el modernismo haitiano y montó un hotel. Tuvo su esplendor durante la primera parte de la dictadura Duvalier. Era el único establecimiento decente de la ciudad y un oasis de libertad. Su propietario tuvo importantes enfrentamientos con el régimen y aun cuando dejaron de venir turistas al país mantuvo el lugar como un refugio de lo que quedaba de artistas y librepensadores. Se llenó de personajes. Muchos de ellos extravagantes, aunque ninguno tanto como el señor Jolicoeur (corazón bonito).
Aubelin Jolicoeur era un excéntrico periodista de sociedad; refinado, algo cursi y con un estilo- al escribir y en lo personal- de lo más recargado. Durante décadas pasaba los días enteros en el Olafsson, charlando con propietario, clientes y empleados. La mayor parte del material para sus columnas en Le Nouvelliste salían de esas charlas. Corto de estatura, se presentaba siempre con un traje de verano blanco, camisa, y bastón con empuñadura dorada. Cuando podía lo conjuntaba además con un crisantemo en la solapa. Se cruzó con Graham Greene, que le dio un papel principal en su novela sobre Haití,  apenas escondido bajo el nombre 'Petit Pierre', como el título de la autobiografía de Anatole France. Escribía y hablaba en un francés floreado que podía convertir el hecho más anodino en un acontecimiento poco menos que histórico. Murió hace unos años, igual de elegante y ligeramente duvalierista.
Roger vendió el local a un grupo empresarial que luego lo traspasó a un músico algo hippy. Hoy el hotel, tras un par de décadas de desgana y abandono, ofrece un servicio cochambroso. Los baños, que apenas tienen un hilo de agua, están desconchados y plagados de cucarachas. Tampoco los colchones son los más limpios de la ciudad, ni tiene ventiladores o mosquiteras. Y encima no es nada barato. Uno diría que se mantiene como hotel para aprovechar el nombre, pero es dudoso que muchos incautos lo usen ni que obtenga grandes ingresos por ese lado. Sin embargo tiene mucho éxito como restaurante y sobre todo como sitio para salir de noche.

Los conciertos de RAM del jueves por la noche llevan décadas celebrándose. Música buena, grupos nuevos y bandas numerosas lideradas por el propietario del garito. Con el tiempo se ha degradado un poco:  lleno de nuevos ricos orondos y lustrosos que vienen como a una discoteca, atraídos por el hecho de que estar aquí (hay que pagar una entrada cara) ahora es una señal de status. Mujeres lo suficientemente enjoyadas como para parecer aun jóvenes saborean su ron sour a ritmo de Compas entre las mecedoras, las copias de los cuadros de otros tiempos y los viejos recortes de periódicos. Eso sí, todos los extranjeros medianamente informados siguen haciendo bromas sobre los cadáveres de opositores escondidos en la piscina. Como en las novelas de Grahan Greene.

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