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22 agosto 2006

AFRIQUE COMFORT




Acabo de cruzarme con una palmera andante. Era un montón de hojas de palmera moviéndose solo por la carretera. Cuando estaba convencido de estar asistiendo a mi primera experiencia real y solitaria de vudú descubrí que no era más que una señora que llevaba las hojas a su casa... apoyadas en la cabeza. Por otra parte, algo de lo más normal en esta parte del mundo.
Para explicar un poco el lugar he empezado a hacer una lista de los conceptos que aquí no existen. Incompleta, por ahora he incluido: agua caliente, primer plato, casco de moto, leche, cochecito de niño...El concepto de gasolinera es descaradamente inútil. El carburante se roba a lo grande mediante agujeros en el oleoducto de Nigeria y se contrabandea hasta aquí en barcas o camiones. Luego se vende en botellas al borde de la carretera. Puede comprarse un botellín de cocacola, una botella de litro o la garrafa de cinco litros, todas en cristal, para que se vea la calidad.
No sale tan barata, pero tampoco resulta tan cara como para frenar mínimamente la contaminación. Ni los miles de motos que circulan por cualquier camino. Unas estudiantes de medicina francesas que encontramos en el tren nos contaban que solo en su hospital de Cotonou entra cada día al menos un conductor de zemi (moto) muerto en accidente. O sea que aunque no nos privamos de coger cuatro o cinco motos al día, a veces para hacer hasta veinte kilómetros, cada vez nos causa más respeto.
Lo del tren merecería un libro, por cierto: por la única línea del país pasan únicamente dos trenes a la semana, en horarios del todo imprevisibles. Son tres vagones viejos y sucios y cuando llegan a cualquier estación los asalta una multitud enfadada y cargada de paquetes de todo tipo que desborda a los policías antidisturbios que rodean siempre el convoy. Dentro resulta casi imposible sentarse. No hay hueco ni para los pies, la gente toda acoplada como en un tetris. Hay peleas, empujones constantes. El tren huele a vertedero de basura y la mayoría de la gente, sobretodo los niños y sus madres, hace pis directamente en el suelo: los más educados en escupideras de plástico entre los asientos. Cada vez que se para el tren la peste es insoportable y una nueva oleada de gente, sacos, cestas y animales sube por las ventanas, las puertas y de todos sitios aunque hace ya varias paradas que no cabía nadie mas. Una experiencia entrañable! Gracias al tren hemos logrado por fin saltarnos todas y cada una de las recomendaciones del Ministerio de Asuntos exteriores: solemos salir de noche, bebemos el agua del grifo, comemos pescado ahumado en los mercados, usamos el tren y los zemi, cambiamos en el mercado negro, andamos con sandalias, en fin que estamos cómodamente instalados.
Aunque el fin de semana nos escapamos a Abomey a visitar los restos de los inmensos palacios de adobe del rey Guezo y sus amazonas (nada realmente turístico, por otra parte) normalmente apenas salimos del orfelinato donde la vida parece estancada y los días se repiten. Ayer expulsaron a un niño por robar. Debería irse a casa de un tío suyo pero este se niega a recogerlo, así que no se sabe adonde mandarlo, pero no quedaba mas remedio porque para mantener decentemente a setenta niños sin apenas recursos ni personal la disciplina tiene que ser brutal, casi militar. Aparte de eso hay pocas novedades diarias: una familia de ratas enormes que se ha instalado en las letrinas y nos tiene a todos a raya, una obra de teatro que estamos intentando preparar para el viernes, poco más.
Eso si, ampliamos continuamente nuestras relaciones sociales en el país y, aparte de conocer a todos los dueños de pequeños negocios polvorientos en mitad del camino cada noche arrastramos una cohorte de amigos a la buvete. La mayoría con la esperanza de que los invitemos a una cerveza, aunque otros por mera amistad o incluso por ligar con las voluntarias. Tiene su encanto y, como quien no quiere la cosa, alguna chica le ha insinuado a un guapo voluntario alemán que no estaría nada mal viajar a Alemania con el. Tiene gracia porque la dote, en Benin, es algo tan determinado que casi parece una unidad de medida: un saco de sal, dos botellas de ginebra, dos cajas de cerillas, una botella de ron, una bolsa de nuez de cola, doce metros de tela y una caja de cerveza. Además de ha de pagar determinada cantidad al padre y otra distinta a la madre. La dote, entre otras cosas, sirve como medida del amor: si la pareja verdaderamente se ama la reúnen juntos; si ella deja que todas las cargas las asuma el solito, entonces es que no hay amor.Cosas de mewi, que es como en la lengua local se dice negro y resulta la única respuesta cuando por la calle nos siguen los gritos de os niños, "yovo, yovoooo". Pesados.

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